Recientemente, se publicó el ‘World Hapiness Report 2024′, informe anual sobre los índices de felicidad en el mundo, elaborado por Gallup y la Universidad de Oxford. Su estudio es tenido en cuenta por el estrecho vínculo entre la satisfacción con la vida y el comportamiento humano.
Esa mayor sensación de felicidad y bienestar producto de satisfacciones en las relaciones humanas, gusto en el trabajo, realización de expectativas personales y familiares, tienen injerencia en la salud, pues a mayor equilibrio emocional, tendremos mejor nivel de salud física y mental, más cohesión laboral, menos frustración y consecuentemente mayor esperanza de vida; más libertad para hacer emprendimientos y mayor productividad y bienestar.
Por eso la filosofía, desde Aristóteles hasta nuestros días, ha tenido el estudio de la felicidad como un tema de gran interés. Este consideraba la felicidad como “el supremo bien y el fin último del hombre”, y en su ‘Ética a Nicómaco’, sostuvo que el desarrollo de la felicidad era meta del Estado.
Para Freud, esta es “el resultado de satisfacer necesidades que han acumulado un nivel elevado de tensión”. Kant decía que la felicidad es un deber del ser humano, el último y supremo que nos obliga a ser dignos de merecerla. Por eso, la búsqueda de la felicidad es importante para los gobiernos, pues está directamente relacionada con el mejoramiento de la calidad de vida y el bienestar de sus ciudadanos, proporcionando un entorno para su prosperidad.
Hasta hace unos años se mencionaba a Colombia como uno de los países más felices del mundo. Seguramente el solo hecho de sobrevivir y progresar en medio de la violencia era fuente de gran satisfacción. Lo lamentable es que la medición 2024 nos deja en un triste puesto 78 entre los 143 países evaluados. Otra mala noticia es que la caída del país es una caída sostenida. ¿Qué países encabezan los resultados? Finlandia, Dinamarca, Islandia, Suecia, Israel, Países Bajos, Noruega, Luxemburgo, Suiza y Australia. ¿Cuáles fueron los últimos? De abajo hacia arriba, Afganistán, Líbano, Lesoto, Sierra Leona y República Democrática del Congo.
¿Cuáles fueron las variables evaluadas? La percepción de corrupción, la generosidad, el apoyo social, la libertad para tomar decisiones, el PIB per cápita y la esperanza de vida sana. Cada uno de estos ítems está medido; no hay nación perfecta, pero sí se identifican los respectivos talones de Aquiles que afectan su posición. En el caso colombiano, un gran detonante de frustración es la corrupción, pues por esta no se percibe seguridad en las instituciones, entre ellas la autoridad y la justicia.
Traer bienestar, y consecuentemente felicidad, es un deber de todos y especialmente de los gobiernos en diferentes niveles. Nos hacemos infelices cada vez que acudimos a una consulta estatal y no encontramos respuesta, sino desidia y prepotencia; cada vez que nuestro vehículo cae a un hueco que lleva décadas; cada vez que sentimos la extorsión de quienes tienen el poder real y nadie se gana un contrato en franca lid, sino con coimas; hay infelicidad cuando quien llegó a la alcaldía hace cuatro años lo hizo como parte de una alianza comandada por Abadía y Mauricio Ospina con fines turbios; se es infeliz cuando la incertidumbre reina alrededor de la salud, las pensiones, la estabilidad laboral. La infelicidad reina cuando Odebrecht pasó de gobierno en gobierno, y la esperanza del cambio con la izquierda termina en una inmensa frustración, pues soluciones tan elementales como la compra de camiones para salvar de sed a los niños de La Guajira termina en un torcido que no rompe con la vieja tradición delincuencial. Salir de la vergonzosa lista de infelices debería ser un propósito inmediato.