Hoy, es el día después, algo inevitable en la condición humana porque nada permanece. No podemos congelar el tiempo, no se puede detener. Ni lo agradable ni lo desagradable. Hoy es el día después, con la impronta de lo que hayamos vivido. Independiente de que me guste o no el resultado, hay un mundo interior que se debe haber enriquecido con la experiencia vivida, cualquiera que haya sido su manejo.

¿De qué me arrepiento? ¿Qué dije de más? ¿Me ‘enloquecí’ y me perdí a mí mismo? ¿A quién lastimé? ¿Cuáles son las consecuencias de mi actuar desbocado? ¿Conservé la mesura? ¿Pude conocer la alegría sin desbordamiento? ¿Me sentí parte de un rebaño y la ‘ola’ me manejó? ¿Qué tanta conciencia tuve de lo que estaba viviendo? ¿Estuve en automático embriagado de licor, drogas o tuve conciencia de lo que estaba viviendo?

Y esta última pregunta es la que marca la diferencia. Tener conciencia, caer en cuenta de lo que estoy sintiendo y experimentando, evitar el desbordamiento, o si quiere en términos psicológicos, evitar caer en la locura. Es una elección personal. Me comporto como manada, como rebaño que se deja llevar, o logro manejar las riendas de mi vida. Puede que las preguntas anteriores le parezcan absurdas, pero son el verdadero termómetro de mi madurez emocional. Situaciones extremas nos ponen a prueba y nos ayudan a crecer. Porque podremos intentar controlar espacios, personas, instituciones, pero hay algo que la condición humana no ha podido, no puede y no podrá controlar: el tiempo, el devenir de los acontecimientos. Y entonces viene esta historia…

Un rey quiso tener un anillo con un corto mensaje, que le ayudara en los momentos de desesperación o desorientación. Tenía que ser tan corta la leyenda para caber debajo del diamante de la joya. Muchos sabios y eruditos buscaron y fue imposible encontrar algo que se ajustara a sus deseos. Pero el rey tenía un sirviente por el que sentía un enorme respeto, de modo que también lo consultó. Y este le dijo: No soy un sabio, ni un erudito, pero conozco el mensaje.

Alguna vez me encontré con un maestro invitado de la corte. Cuando se iba yo le acompañé hasta la puerta y como gesto de agradecimiento, me dio este papel. “Pero no lo leas -dijo-. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo solo cuando no encuentres salida a una situación”. Ese momento no tardó en llegar porque el país fue invadido y el reino se vio amenazado. El rey huía a caballo para salvarse, mientras sus enemigos lo perseguían y estaba frente a un precipicio. No podía volver atrás mientras escuchaba el trote de los caballos, la proximidad de sus perseguidores. Pero recordó el anillo. Sacó el papel y encontró el pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento. Solo tres palabras: “Esto también pasará”. Y ahora, en otro momento, en la alegría del presente, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio. El rey terminó de comprender el mensaje: “Esto también pasará: lo malo es tan transitorio como lo bueno”.

Es el tiempo, imposible de detener. Hoy, es el día después y no puedo olvidar que el ayer queda en el recuerdo, en la experiencia, pero la vida está en el presente, en lo que está por construirse. ¿Bueno o malo? También pasará. Debo salir del automático y evolucionar. Es ineludible…