El precio del dólar se ha desplomado en los últimos meses perdiendo el 13% de su valor, llegando a niveles inferiores a $4.200, que no se veían desde agosto del año pasado. Hay varias hipótesis y explicaciones a este comportamiento y nadie se atreve a pronosticar si va a seguir bajando o volverá a subir. Yo tampoco.

Lo que sí es posible y necesario es examinar lo que los economistas llaman los “fundamentales” de la tasa de cambio, es decir los factores reales que inciden en las tendencias de largo plazo del precio de la divisa. Uno de ellos es el balance de las transacciones de bienes y servicios con el exterior, que son una parte sustancial de la oferta y demanda de dólares, y que se resumen en la cuenta corriente de la balanza de pagos.

Desde principios del siglo Colombia viene registrando enormes saldos en rojo en esta cuenta, que el año pasado llegaron a un máximo de US$21.500 millones, equivalente a 6,2% del PIB. Este déficit significa que estamos importando más bienes y servicios de lo que exportamos, es decir que la demanda de dólares es mayor que la oferta. No hay duda que esta es una de las razones que impulsó el aumento del precio del dólar hasta $4.800.

Sin embargo el primer trimestre de este año hubo un cambio de tendencia y el déficit de la cuenta corriente se redujo a US$3.422 millones (4,2% de PIB), mientras que en el mismo período del año anterior había sido de US$5.372 millones (6,2% del PIB). En otras palabras, se redujo un poco el exceso de demanda de dólar, lo que disminuyó la presión alcista en el mercado y debe haber contribuido a la caída del precio de la divisa.

La disminución de déficit se debe sobre todo a la mejoría de la balanza comercial, es decir el saldo de las importaciones y exportaciones de bienes, que sigue siendo negativo en US$1.930 millones, pero menos que el año pasado cuando fue negativa en US$3.555 millones.

La mala noticia es que esa mejoría no se dio por un aumento de las exportaciones; por el contrario, hasta abril mostraban una disminución de 11,8% producida por los menores precios del petróleo y la caída de la cantidad de café exportado, pero también porque las ventas al exterior de los demás productos no solo no han reaccionado todavía al estímulo de la devaluación del peso sino que también disminuyeron: -11,3% los demás productos agropecuarios y -3,1% las manufacturas.

Así pues, la balanza comercial se mejoró por US$2.500 millones menos de importaciones (-13,2%). Lo preocupante es que los rubros que disminuyeron fueron las materias primas, y los bienes de capital para la industria (-17% y -15,8% respectivamente), mientras que las compras de bienes de consumo se mantuvieron casi iguales, con algunas excepciones como los textiles y prendas de vestir que si disminuyeron cerca del 30%.

Esto significa que el desplome de las importaciones no se dio porque aumentaran de precio por la devaluación, sino por la desaceleración de la economía y la caída de la producción que requiere menos materias primas.

La conclusión clara es que continúa existiendo un notable desequilibrio en nuestro comercio exterior, que hasta ahora se ha financiado con abundantes flujos de capitales. ¿Hasta cuándo?