Esta es la historia de Josefina Alegría, conocida cariñosamente como Chepa, y el drama que padece todos los viernes para ir a trabajar, desde su casa, en Florida, Valle, a un hogar del sur de Cali.
Chepa se levanta a las cuatro de la mañana, toma un café, se alista y faltando veinte para las cinco sale de su casa, en Villa Nancy, rumbo a la galería de Florida. Para ello, toma un mototaxi que le cobra dos mil pesos. En la galería aborda el bus que la trae a Cali, por siete mil pesos. El recorrido termina en Alfonso López y tarda hora y media. ¿Por qué? Por el trancón del Puente de Juanchito. Porque la negligencia, sobre costos y justificaciones impresentables atraviesan una obra que debió concluir en abril de 2018, y casi nueve años después de iniciada, apenas le van a habilitar el carril norte, este 21 de marzo tras un anuncio dado con bombos y platillos. Prometieron que en junio estará todo listo. Anochecerá y veremos.
Mientras el milagro ocurre, volvamos a la historia de Chepa, una mujer camelladora y divertida, que en la mañana pasa tres horas y media de su vida en cuatro transportes distintos, además de caminar largos tramos. Cuando el bus que la trae de Florida llega a Alfonso López, toma un ‘yipeto’ que la lleva a Cuatro Esquinas, por dos mil trescientos pesos. Allí coge un pirata que le cuesta cuatro mil, y la deja en la Plaza de Toros, desde donde camina hasta la Carrera 56 con Primera A oeste. A eso de las ocho de la mañana, por fin, llega a su trabajo.
Para ponerlo en perspectiva, Chepa se demora más de Florida al sur de Cali, que lo que un vehículo tarda entre Cali y Buenaventura o, incluso, de Cali a Cartago. Se gasta $23.200 de ida y vuelta y su historia le pone rostro al calvario del Puente de Juanchito y a la ausencia de un transporte integral en el departamento. De existir el tal Tren de Cercanías, un MÍO que funcione bien o la cacareada articulación de piratas, alimentadores y buses intermunicipales, las cosas serían muy distintas.
Al final de su jornada, con el desgaste propio de su oficio encima, Chepa toma el alimentador del MÍO que la lleva a Andrés Sanín y le cobra dos mil novecientos del alma. Allí sube al ‘yipeto’ de dos mil trescientos, y en Alfonso López, al bus de regreso a Florida. Pocas veces logra ir sentada. Entonces, los pies se le adormecen y llega muerta del cansancio a su casa, a las ocho de la noche.
Para colmo de males, en el trancón de Juanchito, los amigos de lo ajeno aprovechan para robarse celulares por las ventanas del bus, lo que ya le ha tocado ver. Pero ¿quién va a cerrar las ventanas con el calor insoportable de estos días?
El viernes en la noche la llamé para saber cómo terminó su día. Chepa nos ayuda con sus buenos oficios, hace varios años ya. Sus frijoles son una delicia, así como los panqueques que le deja en el horno a ‘mi monazo’, como le dice a mi hijo, para que él se los coma cuando llegue del colegio. Es un sol, la queremos y agradecemos todo su cariño. No debería pasar las de san quintín en medio de transbordos y un trancón ya legendario para ganarse el sustento. Al final, lo único que pide “es que terminen ese puente rápido y que no nos embolaten con lo de un carril, porque el trancón seguirá”. Las pequeñas cosas que facilitan la vida y que parecen inalcanzables, cuando la inoperancia y el no responder a lo que urge la gente, se reflejan en el drama de Chepa y de tantas y tantos más. @pagope