No solo es el sol, mientras juega al escondido en otros países (escribo esta columna el lunes); en Colombia son otros los eclipses que nos están dejando en las tinieblas, poco a poco, a base de mentiras y marrullas. Poco a poco, los soles de la esperanza se van desvaneciendo, mientras sombras erráticas oscurecen el panorama, como lo dijo sabiamente Álvarez Gardeazábal: “Hasta que vuele mierda al zarzo”, y ya se están prendiendo los ventiladores.

Algunos son eclipses mayores porque no vuelve la luz iluminando el horizonte a las pocas horas, sino que un manto de penumbra gris y espesa como una nata sucia se apodera del país.

Todos, o la gran mayoría de los colombianos, queremos un cambio, y en su discurso de posesión las palabras pronunciadas fueron coherentes, justas, sobrias, precisas. Nos tragamos enterito el cuento de que él “había cambiado” (los cambios son primero de dentro hacia afuera), y creímos que aquel alcalde mediocre de ingrata recordación para los bogotanos, había hecho un trabajo de introspección serio con la ayuda de un buen terapista. Ilusión perdida. Apenas subió al poder, que se le subió a la cabeza, empezaron las nubes erráticas a oscurecer el panorama.

Colombia se va desajustando como las piezas de un mecano, parte por parte, pieza por pieza. No se trata de un dominó, son muchos, algunos pequeñitos, otros largos como un tren, movidos maquiavélicamente ficha a ficha, a sangre fría como la de un pollo congelado, sin emociones ni humanidad.

El cambio le importa un carajo. Ya cayó la máscara, empezó la máquina destructiva, cuyo motor es el resentimiento y un ego alterado y sociópata. Eso es lo que hay. No nos metamos mentiras, nos están empujando lentamente, pero sin tregua, a un desbarrancadero, jugando cartas envenenadas, aupando la lucha de clases, polarizando, desvalorizando todo lo logrado.

Ministros sin ninguna autonomía, títeres sin voz ni voto, áulicas sin experiencia, con poderes ilimitados, declaraciones retorcidas, impunidad rampante, asesinatos y masacres y, sobre todo lo más peligroso, tenemos un embrión de caudillo que mejor sería agricultor porque está sembrando la semilla de la rabia en cada uno de los ciudadanos, léase bien, en cada uno, uno por uno, en los que todavía lo apoyan, en los que no están de acuerdo, en los que viven en babia y cantan la canción que les ordenan, en los despistados…

La rabia es contagiosa, una de las emociones más peligrosas porque cuando estalla fuera de control, no hay reversa, crece como rio desbordado, alimentado por afluentes sucios como el resentimiento, la venganza, las frustraciones personales, los complejos, abriendo la puerta de cada bestia que habita dentro de cada uno de nosotros.

Termino citando a Mauricio García Villegas en su epílogo del libro ‘El viejo malestar del nuevo mundo’. “Estamos llegando a una democracia pasional que está menoscabando las instituciones y la cultura, en donde la moderación política se diluye y los líderes populistas, con su dogmatismo de salvadores de la patria, copan todo o casi todo el espectro de la política”.

“En esas estamos, con los peligros del pasado, redoblados por los peligros del presente, sin saber cuál va a ser el desenlace. Si no recuperamos el valor de la cultura, de la convivencia con sus pasiones mansas, y de las instituciones con la capacidad de enfriar los furores, será difícil evitar un desenlace catastrófico”.