El edadismo es un problema mundial que afecta a millones de personas mayores en todo el mundo con graves consecuencias para su salud, bienestar y dignidad. Se calcula que una de cada dos personas en el mundo discrimina o tiene prejuicios contra la gente mayor. El edadismo se manifiesta en muchas esferas de la vida, como la discriminación social, la mediocre atención de la salud y la falta de consideración y respeto por los mayores.

Una de las experiencias personales que me hizo experimentar en carne propia el edadismo fue hace mucho tiempo cuando quise pasear en una silla de ruedas a mi padre de más de 90 años por las calles de Cali, una ciudad que en lugar de andenes, tenía (y desafortunadamente sigue teniendo) caminos de herradura donde el más atlético, como mínimo, se quiebra un tobillo. Y donde para los ancianos existen toda suerte de barreras.

El edadismo ha impulsado la idea que las personas mayores son un grupo homogéneo y pasivo, de inútiles, dependientes y enfermos que no aporta nada a la sociedad y que supone una carga para los recursos públicos. Cuando la realidad es que la sabiduría y la experiencia de los mayores ayuda a equilibrar la impulsividad de los más jóvenes.

Una de las razones del edadismo es la negación de la propia vejez y la proyección de inseguridades y temores propios sobre las personas mayores. En esto, el edadismo tiene parecidos con otros tipos de discriminación, como por ejemplo la homofobia, la cual tiende a ser más fuerte en personas que tienen inseguridades sobre su propia sexualidad.

El edadismo se alimenta de los valores dominantes en la sociedad actual, que privilegian la juventud, la belleza, la productividad y el consumo.

El edadismo se manifiesta en un menor acceso a servicios sociales y de salud adecuados y de calidad, cuando las personas mayores no tienen por qué recibir servicios de salud de menor calidad que los que reciben personas más jóvenes.

Este proceso discriminatorio opera, como tantas otras cosas, de manera disimulada. El resultado es que se despacha al paciente mayor de manera rápida sin ofrecerle todas las opciones a las que no solamente tiene derecho, sino que podrían servirle para mejorar su calidad de vida.

El edadismo da lugar a un mayor riesgo de maltrato, abuso o negligencia por parte de familiares, cuidadores o profesionales. Por eso es indispensable reaccionar a comentarios como: “No vale la pena sacarlo de la casa, es un problema porque se puede caer, y además ya no disfruta de nada”.

El edadismo tiene consecuencias graves para la salud y el bienestar de las personas mayores como depresión, ansiedad, una menor esperanza y calidad de vida, un mayor aislamiento social y soledad. También disminuye la autoestima y lleva a las personas mayores a interiorizar los estereotipos negativos sobre su edad y a sentirse menos capaces, menos válidas, y menos respetadas.

El edadismo, así como otros males como el racismo, machismo, clasismo, y muchos otros ismos, se puede combatir con medidas de sensibilización, educación, legislación y empoderamiento de las personas discriminadas.