Esta semana fue decisiva para Joe Biden y Donald Trump, que repiten como candidatos presidenciales. La puja empezó con el Supermartes, fecha clave en el calendario electoral americano: la fecha en la que quince estados organizan simultáneamente elecciones para ambos partidos. Como Biden no tiene competencia en el bando demócrata, las primarias republicanas son las que acapararon este año toda la atención. El triunfo fue contundente para Trump, y terminó con la salida de su última rival, Nikki Haley, que se quedó sin gasolina.
El segundo evento tuvo a Joe Biden como protagonista del discurso del Estado de la Unión. Esta tradición en la que el Presidente le rinde cuentas al Congreso y al público americano en el recinto del Congreso. Esta tradición está escrita en la Constitución, pero fue Woodrow Wilson en 1913 que decidió reemplazar un informe escrito por un discurso. Cada año, el Presidente comparte sus programas de gobierno y la visión para los años siguientes, en compañía de la Corte Suprema, representantes de la Cámara y Senado, el cuerpo diplomático y algunos invitados especiales.
Para Joe Biden esta ceremonia llena de protocolo se convirtió en un discurso de campaña ocho meses antes de las elecciones, una oportunidad de oro para mostrar que tiene la capacidad de gobernar, a pesar de las dudas sobre su capacidad mental y física. Después de recibir malas noticias en las encuestas, que muestran a Trump como vencedor, Joe Biden llegó al podio a mostrar, no solo sus aciertos económicos, el manejo de las crisis internacionales, y el compromiso de su gobierno frente a la clase media, sino a demostrar que a sus 81 años tiene la vitalidad que requiere el cargo. En este caso, importó más la forma que el fondo.
El discurso del estado de la unión fue más una arenga política que el acto solemne y protocolario de otros años. Biden se mostró animado, combatiente, coherente y preparado en una intervención más política que de sustancia. Respondió a sus opositores que le gritaban desde el recinto. Criticó repetidamente a su antecesor sin nombrarlo, acusándolo de ser blando con Putin, y criticó su participación en el golpe al Capitolio del 2021. Se presentó como defensor de la democracia y la libertad, y a su rival como una amenaza global. No se detuvo con los detalles de su mandato, salvo los temas más álgidos como el derecho al aborto, el empleo y la inmigración, que ha resultado ser el tema más caliente de la campaña.
La crisis de la frontera sur se ha convertido en una sin-salida y una enorme complicación electoral. El número de inmigrantes que cruzan la frontera se ha multiplicado, generando preocupación no solo en los Estados fronterizos republicanos como Texas, sino en las ciudades donde los alcaldes demócratas reciben a los recién llegados. Para Biden, el lío creció hace unas semanas, después del asesinato de una enfermera por parte de un inmigrante latino, que sirvió para crear un huracán político de parte de la oposición.
Fue justo el tema de migración lo que tropezó al Presidente. Lamentablemente, Biden, que había practicado su discurso y se mostró tan lleno de vida, metió la pata e insultó sin querer a los votantes latinos que tanto necesita para su victoria al referirse a los indocumentados como ‘ilegales’, un término controvertido y considerado inhumano. El error ha dado la vuelta al mundo, ya que es un término sensible, prohibido por el gobierno y las organizaciones de inmigrantes. El presidente Biden, criticado por la derecha, justo por su política humanitaria, y con un rival que quiere construir un muro y acelerar las deportaciones, acabó golpeado por una palabra obsoleta en un momento espontáneo.