En 1910, el Ministerio de Instrucción Pública convocó un concurso con motivo de la celebración del centenario de la independencia sobre un Compendio de Historia Nacional que ganaron los historiadores y abogados Jesús María Henao y Gerardo Arrubla. Ellos escribieron la historia rosa de Colombia, que con adiciones del mismo estilo fue el texto oficial de escuelas y colegios, hasta cuando se abolió la enseñanza de historia patria en 1994.
La inspiración de Henao y Arrubla fueron el Partido Conservador y la Iglesia Católica, en el poder. Solo se hablaba allí de las cosas buenas que se habían hecho, que las había, saltándose a la torera todos los conflictos sociales y políticos de la República.
El principal logro de esa ideología entre tradicionalista y clerical fue la Constitución de 1886, producto de la Regeneración encabezada por Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, que había sepultado la Constitución de Rionegro de 1863, en la Batalla de La Humareda. Esa nueva Constitución, centralista, confesional, autoritaria, que en teoría duró 105 años, hasta 1991, fue siempre presentada a la manera de Henao y Arrubla como la evidencia de la gran estabilidad institucional de Colombia.
En realidad, duró poco. Nacida de una guerra, produjo otra, la más sangrienta de todas, la de los Mil días. Ya en 1905, con Rafael Reyes de presidente, elegido con el fraude del registro de Padilla, se había convocado una Asamblea Nacional Constituyente, que de hecho reemplazó al Congreso por cuatro años. Y en 1910, otra, para reemplazar la que había legitimado la dictadura de Reyes. Los historiadores consideran que esa Asamblea Constituyente de 1910, le quitó el sabor de imposición de los vencedores a la de 1886 y modernizó al Estado. O sea, en estricto sentido la supuesta centenaria constitución solo duró 24 años.
El texto constitucional iba a tener muchos más cambios a lo largo del Siglo XX. Notablemente, la función social de la propiedad en el primer gobierno de López Pumarejo en 1936, otra Asamblea Constituyente en 1953 para legitimar la presidencia de Rojas Pinilla, el plebiscito de 1957 que aprobó la reforma constitucional que creó el Frente Nacional y dio el voto a las mujeres, y la reforma de 1968 de Lleras Restrepo, que impulsó la descentralización.
Pero la accidentada historia de la Constitución mal llamada de 1886 no para allí. En 1910 se creó la figura del Estado de Sitio, que daba al presidente facultades extraordinarias para expedir decretos y normas “para defender los derechos de la Nación o reprimir el alzamiento”, con la característica de que las normas dictadas terminaban con el levantamiento de Estado de Sitio. Como consecuencia por años y años el país estuvo en Estado de sitio, que de hecho suspendía la vigencia de la Constitución. Entre 1949 y 1991, cuando se expide la nueva constitución, el país estuvo 30 años en Estado de Sitio. Entre 1970 y 1991, fueron 17 años en Estado de Sitio. O sea, más o menos todo el tiempo.
De hecho, cada Asamblea Nacional Constituyente, reemplaza la anterior constitución, aunque mantenga algunas de sus normas. Con todas las reformas que tuvo la Constitución de 1886, para 1991 no quedaba ni la sombra. Para entonces ya era necesario barajar de nuevo. Todo ello para decir que ni Henao y Arrubla, ni Núñez y Caro hubieran reconocido el texto original de 1886, que en realidad fue siempre un fantasma.