Hace un siglo, Argentina gozaba de una posición inmejorable y un futuro brillante. Poseedora de inmensos recursos naturales en un área casi tres veces la de Colombia, culminaba el establecimiento de una infraestructura moderna y eficiente que le permitiría explotar sus riquezas al máximo. A esto aunaba una inmigración masiva, diversa y capacitada que, con un sistema educativo sólido, le permitía soñar con un puesto en su futuro cercano entre las naciones más ricas y poderosas del mundo.
Ese sueño nunca se cumplió. Al contrario, Argentina rueda hoy desbocada en el camino hacia el subdesarrollo que inició con Perón hace ya ochenta años, cuando contrajo la mortal enfermedad del populismo salvaje, apoyado en su arma más letal y adictiva, el asistencialismo. Hoy, en ese país privilegiado, en vez de riqueza, la pobreza abraza al 40% de los argentinos y 10% viven en la indigencia.
La crisis económica es cada vez mayor. La inflación actual de 143% sigue creciendo desbordadamente, como lo hace la deuda externa, que ha pasado de US$278 mil millones al inicio del gobierno que termina a US$419 mil millones. Como herencia, el gobierno entrante recibe vencimientos por US$69 mil millones en 2024, con reservas de apenas US$38 mil millones. A lo que se añade que próximamente la justicia estadounidense dictará una orden de ejecución por US$16 mil millones por el juicio perdido por la nacionalización parcial de la petrolera YPF, cuyo no pago implicaría un embargo internacional.
Esta no es la primera vez que Argentina enfrenta problemas de esta clase. Por décadas este tipo de crisis ha sido recurrente en un país que, entregado atávicamente al populismo y al asistencialismo estatal, se ha amarrado al que el recientemente elegido presidente Javier Milei ha identificado acertadamente como el modelo empobrecedor que él ha prometido destruir.
Del presidente Milei conozco poco, fuera de sus posiciones en temas económicos. Sin embargo, esa promesa es suficiente para hacerme sentir esperanza por el futuro de la Argentina. Por décadas ha sido evidente que allá es imposible hacer reformas gradualmente, dada la gran capacidad obstruccionista del peronismo. Solo con una fuerte terapia de choque, como la que propone Milei, que destruya las estructuras viciadas y viciosas que hoy la amarran, puede la Argentina salir de esa arena movediza en la que el populismo la hunde cada vez más. Eso es lo que Milei ha entendido y eso es lo que promete hacer.
Su camino no será fácil. Sus propuestas, con las que en general me encuentro de acuerdo, son atrevidas y de difícil logro. Las más sustantivas, como el cierre de ministerios y la dolarización, seguramente requerirán leyes, que enfrentarán la ofensiva del peronismo y las organizaciones sindicales, políticas y empresarias que hoy explotan inmisericordemente el sistema y lucharán denodadamente para mantener el statu quo, con miras a recuperar el tesoro cuando pase el chaparrón.
Una guerra necesita soldados y, para avanzar, Milei deberá fortalecer su relación con el expresidente Macri y su coalición Juntos por el Cambio, que lo apoyaron en su búsqueda de la presidencia. Tranquiliza que eso se vea en la conformación de su gobierno. Quienes por años hemos sentido afecto por ese país y pesar por su progresivo deterioro, quisiéramos que, con esta revolución, Milei logre darle a la Argentina el giro que tanto necesita.