*Monseñor César A. Balbín Tamayo, obispo de Cartago
La liturgia de la palabra de este V domingo del tiempo de la Cuaresma nos permite una reflexión en tres sentidos, que tomamos del libro del profeta Jeremías y del santo Evangelio.
Del profeta tomamos la promesa de una alianza nueva y eterna. Palabras que a diario recordamos en la Consagración del vino, en la Sangre del Señor: «Mirad que llegan días —oráculo del Señor—en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva y eterna». Con su Sangre preciosa, Jesús, sella esa alianza.
Un segundo punto de reflexión está en San Juan, 12, 21, cuando algunos griegos que estaban en Jerusalén, le dicen a Felipe: «Señor, quisiéramos ver a Jesús». Unos extranjeros, que habían oído hablar de Jesús, le quieren ver. Debe ser esta una aspiración de parte de todos, y no solo verle, sino estar con él, permanecer con él.
Y el tercer punto, al que le dedicaré un poco más de espacio: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto…».
No se trata de la única enseñanza que Jesús saca de la vida de los campesinos, pues siendo cercano a ellos, son muchas las lecciones que de ahí para nosotros. El Evangelio está lleno de parábolas, imágenes e ideas que proceden de la agricultura y del ambiente pastoril, que eran las profesiones que ocupaban a un mayor número de personas.
Jesús no se detenía naturalmente en el plano agrícola: lo traspasaba. La imagen del grano de trigo le sirve para transmitirnos una enseñanza sublime que arroja luz.
La semilla debe reventar, debe morir, para que pueda producir abundante fruto. El grano de trigo es, ante todo, Jesús mismo. Como un grano de trigo, Él cayó en tierra en su pasión y muerte, ha reaparecido y ha dado fruto con su resurrección. El «mucho fruto» quel ha dado es la Iglesia que nació de su muerte, su cuerpo místico.
El «fruto» es toda la humanidad (no solo nosotros, los bautizados), porque Él murió por todos, todos han sido redimidos por Él.
En el plano humano y espiritual, esto significa que si el hombre no pasa por la transformación que viene por la fe y el bautismo, sino que se queda agarrado a su natural modo de ser y a su egoísmo, todo acabará con él.
Estos granos de trigo que caen en tierra y mueren, seremos nosotros mismos, nuestros cuerpos confiados a la tierra. Pero la palabra de Jesús nos asegura que habrá una nueva primavera, una nueva vida. Resurgiremos de la muerte, para no morir más.