A mitad del período presidencial no hay mucho cambio: no hay logros económicos, ni reformas institucionales, el fracaso para el gobierno en elecciones regionales fue contundente, y la creciente inseguridad se está saliendo de las manos. Más grave aún, la narrativa de superioridad moral se está desvaneciendo.

Todo el mundo puede tener un mal comienzo, la inexperiencia frente a las riendas del Estado es compleja y solo se aprende haciendo. El equipo de gobierno no contaba con las hojas de vida para gobernar, es todavía increíble que no encuentren gente para ser miembros de la Creg. Lo más grave es que para el segundo tiempo, la fórmula va a ser más de lo mismo. El cambio de gabinete trae caras frescas (algunas bien recicladas), pero no complementa puntos de vista ni trae nuevos apoyos. Colombia sí necesita urgente un cambio, pero parece que va a tener que esperar unos años más.

Hasta ahora el enfoque de gobierno tiene una alta unilateral retórica filosófica, no existe genuino debate, aunque si esporádicos cruces de insultos, cuando se entra en la carpintera del detalle se esfuman el “exactamente que se quiere lograr” para quedar en nada. Es importante que el gobierno redacte un documento técnico de cómo quiere lograr sus propósitos, para ver si hay margen parcial de acuerdo, aterrizar en algo sus propuestas.

El grandilocuente propósito de cambiar modelos como salud, educación, productivo, entre otros, muchas veces se reduce a eliminar o disminuir el papel del sector privado, esto parece es el propósito de la reforma de servicios públicos. Tan progresivo como pueda parecer esto para muchos, es meramente volver a las tesis estatistas de los 70, que recientemente fracasaron estruendosamente en Argentina y Venezuela. El peligroso anuncio de inversiones forzosas para el sector privado va en la misma línea. La paz total sin ningún defensor por fuera del Pacto Histórico se ve especialmente compleja. La insistencia sin ninguna modificación de la reforma a la salud sin ningún cambio es un error.

Las intervenciones del gobierno pareciesen revanchismo institucional, difícil buscar consenso con una pistola en la cabeza. En materia ambiental no se propuso nada audaz ni que facilitara el cambio climático, la transición energética está muriendo en el altar de los mandos medios de la Anla. También hubiera sido interesante una expansión de derechos para minorías sexuales, religiosas, y étnicas. Para tanta retórica es sorprendente tan poca propuesta de reforma.

Al gobierno se le debe abonar la responsabilidad en lo macroeconómico, si bien no se fortaleció la libertad económica ni el crecimiento, estamos en una meseta prolongada, tampoco hay una crisis. Aunque tan pobre ejecución presupuestal hace daño, los funcionarios se dejan llevar por la tentación de horas de argumentación infructuosa en redes sociales, en vez del trabajo de oficina.

Se requiere que el presidente personalmente lidere estos procesos, el esquema de la última década, donde se les delega la agenda a las secretarías generales, ya se agotó. Muchos ministros justificaron sus nombramientos, en privado, como el ‘sacrificio’ para limitar el daño que puede hacer el gobierno. También hay que entender que cuatro años de nada también hacen daño, sería mejor una conversación sincera.