Torpe que es uno, no había caído en la cuenta de que hasta el 7 de agosto de 2022 Colombia era un país más maravilloso que el creado por Lewis Carroll para solaz de la simpática Alicia.

Aquí, hasta esa amarga fecha, “todo era paz, aromas y armonías”, como en el poema de Ismael Enrique Arciniegas, que recitábamos al oído de la amada esquiva en nuestros tempranos años. Aquí no había violencia, y eso de los 6.402 ‘falsos positivos’ es una vil calumnia para enlodar a ese ser superior que ha ofrendado su meritoria existencia a la búsqueda de la concordia de sus compatriotas.

Aquí no había 20 millones de pobres ni 10 millones en pobreza extrema pues el Estado magnánimo atendía las afugias de la población vulnerable. Aquí había un cubrimiento de salud de los mejores del mundo.

Aquí no había que importar el 70% de lo que consumimos en la ingesta diaria porque el fértil campo producía en exceso, al punto de considerarnos la despensa del mundo. El peso se había fortalecido y se cotizaba a la par con la divisa verde.

No existía la corrupción. El ministerio del ramo había provisto a todas las escuelas, aún las más apartadas, de computadores, uno para cada educando, que permitía acceso a Internet, gracias a un benéfico contrato suscrito por la ministra Abudinen con ‘Centros poblados’, modelo de pulcritud, que utilizó bien los $70 mil millones del anticipo.

A nadie extorsionaban ni a nadie atracaban en los semáforos. Las señoras caminaban por las calles hablando con las amigas por el celular y no había bandido que se los arrebataran. En síntesis, la Arcadia feliz.

Pero tenía que aparecer la mosca en el vaso de leche, y el alma bendita de John Milton -no el noble pastor criollo sino el bardo inglés- con su ‘Paraíso perdido’, y allí cayó Colombia. ¿Qué extraño fenómeno se produjo para que nuestro Edén saltara del maravilloso de Alicia a un infierno, idéntico al recorrido por Dante de la mano de Virgilio?

Respuesta simple. Que un señor cuyo primer apellido tiene connotaciones bíblicas triunfó en la elección presidencial y el 7 de agosto del año anterior se hizo con el poder, y le dio por realizar el cambio que prometió en su campaña, enviando al Congreso proyectos que iban en la dirección por él trazada: reformas a la Salud, Pensiones, Agraria, Laboral y Política. Y ahí saltó la liebre.

Dirigentes políticos y gremiales proclamaron que querían ese cambio, pero no todavía, ni así, porque aquí todo marchaba perfectamente, y que había que “construir sobre lo construido”. Y otra vez se escucharon las advertencias de que el “presidente comunista” quiere llevar a esta tierra de promisión a un estercolero similar a Venezuela. Que eso de ‘Paz total’ es otorgar impunidad a los delincuentes.

Que el servicio exterior no cumple con los estándares de la carrera diplomática, como en el gobierno de Duque cuando los funcionarios eran réplicas exactas de Talleyrand y Metternich, como Pacho Santos, Jorge Mario Eastman Robledo y Alfredo Rangel, todos ellos expertos en geopolítica mundial.

Ahora la senadora Paloma Valencia resuelve crear la cátedra para estudiar ‘El Legado de Uribe’. Le ruego reservarme cupo para entender con la voz de tan preclara dama cómo dejamos de ser “Nuestro lindo país colombiano” bellamente descrito por don Daniel Samper Ortega, para caer en el caos actual. Hágame el bendito favor.