La vida habla y plantea interrogantes. Claro, hay que saberla escuchar. Si la ‘atendemos’ es una maestra que enseña y ayuda a crecer. No nacimos para ser perfectos y los errores son los principales educadores en nuestro camino. Errar es humano porque la perfección no existe. Sin embargo, al equivocarme como persona que soy, debo enfrentar las consecuencias. Que siempre las hay.
Se habla de la intención como aquello que atenúa o agrava la falta. La intención es la motivación con la que arropo mis actuaciones. Desde afuera no es fácil detectarla. Está sujeta a una interpretación y por lo general son la hoja de vida, la trayectoria, las que salvan o condenan el comportamiento. Tengo sobre la mesa el currículo de varios personajes con algo en común: un pasado con errores sociales, políticos o legales, que por más que quieran evadirlo, golpea y condiciona sus vidas. Catalina Ortiz, Carlos Alonso Lucio están en primera línea. Pero también pongo sobre el tapete, por ejemplo, la vida de Petro, Pepe Mojica y Garavito. Ellos, como cualquiera de nosotros han cometido errores. Sin embargo, la inquietud es qué tanto existen errores ‘no superables’, cuándo hay faltas que cierran puertas o cuándo son fallos que marginan de ciertos escenarios. Cómo marcar la sutil frontera entre lo permitido y lo prohibido.
Para muchos colombianos la mancha de Petro es ser exguerrillero. Pero Carlos Alonso Lucio, exguerrillero del M-19 ahora hace la apología de las malas intenciones de Petro en su gobierno y el inri de exguerrillero ya no pesa sobre él. Merece ser escuchado. Es “acertado y valiente”. Lo que hizo desde sus trincheras ideológicas, incluida la religiosa donde intentó prohibir la conformación de nuevas formas de familia, ya no importa. Su momento guerrillero está perdonado, el de Petro no. Mojica pudo ser presidente de Uruguay, a pesar (o gracias) a que fue guerrillero. ¿Garavito podría entonces instruir sobre manejo del mundo infantil? ¿Se le acabó la vida política a Catalina Ortiz?
El pasado es un lastre que se arrastra y del cual no podemos zafarnos. Sirve para aprender pero talla el resto de la vida. Por ello la pregunta obvia es si todos merecemos tener segundas oportunidades o ese también es un privilegio de unos pocos, donde la desigualdad sigue manipulando la conformación de nuestra sociedad. ¿Hay un grupo al que se le excusan sus errores y otro al que se le restriegan toda la vida?
El problema está en la coherencia, en intentar que las piezas del rompecabezas encajen. No es fácil porque a veces se quisiera actuar como un caucho que se estira o encoje a conveniencia. Para amigos o conocidos, ancho. Para opositores, estrecho… Se puede cambiar de opinión pero el juicio debería ser idéntico para todos los casos.
Quien ha cometido un error ‘social’ difícilmente se lo quita de encima. Siempre existirá un cobrador que lo recuerde, afortunada o desafortunadamente. Tal vez lo que más golpea es que el actor de la falta asuma actitudes de ‘adalid de la moral’, con una prepotencia que lastima. Tener en cuenta el error propio debería nutrir de humildad y compasión jamás de soberbia o superioridad. Por algo la sabiduría popular lo sabe: “Dime de qué te precias para saber de qué careces”. Como quien dice que detrás de un moralista podría esconderse un pecador.