Una frase que leí de Buda en un portal de internet, me hizo reflexionar acerca de lo que significa el impacto del pasado en la vida de las personas. Decía ese maestro espiritual que “nunca seas prisionero de tu pasado. Era solo una lección, no una cadena perpetua”.

Realmente el pasado, siempre se remite a una experiencia, en algunos casos buena y alentadora, en otros intrascendente, pero en algunos casos constituye una señal de equivocación, de fracaso y de perturbación.

En cualquiera de los tres escenarios debe generarse una reflexión. En el primero de ellos, esa experiencia positiva debe propiciar espacios para que surja el elemento enriquecedor que mantenga esa sensación y que aún pueda llegar a mejorarla en el tiempo, pues todo, por muy bueno que sea, es susceptible de mejorar, lo que significa asumir las situaciones con humildad, grandeza, y con el firme deseo de enriquecerlas, no de rumiar dentro de un interior triunfalista y retador, sino de darle brillo a una experiencia positiva.

En el segundo caso, es necesario profundizar en los espacios de tiempo en donde no fue posible el surgimiento de situaciones motivadoras, tampoco de errores o de extravíos, pero en todo caso de lo que se podría llamar un tiempo muerto, es decir, en donde no hubo frutos de ninguna clase, un árbol que permaneció de pie, pero que no floreció y tampoco cosechó.

Y en el tercer caso, nos encontramos frente a la conducta humana del error, del fracaso, de la decepción, del daño; lo que lleva a producir frustración, sufrimiento, impotencia, resentimiento y desolación. A muchas personas, los errores los envuelven, los consumen y hasta los estrangulan. El fracaso significa llevar un tormento que golpea permanentemente, que frena el presente y que bloquea el porvenir.

Desde esta perspectiva, muchos terminan asumiendo la vida como una derrota aceptada, lo cual significa estancamiento y amargura, o como decía Buda: una cadena perpetua.

No. La vida constituye siempre una carrera de obstáculos y uno de los elementos que tienen que ser desarrollados con la formación del ser humano, está en el de saber asumir la disposición para ponerse de pie ante la adversidad. Como decía otro pensador, “cada vez que te encuentres ante grandes dificultades, levántate y lucha; que te venza Dios, no el destino”.

La vida tiene que procurar permanentemente espacios de reflexión; el ser humano es un elemento en constante construcción; hay que darle buenas bases, favorables desarrollos y capacidad para actuar; lo que hoy no fue, o salió mal, o generó graves heridas, tiene que ser sometido de inmediato al replanteamiento, a la reflexión y a la rectificación. Los errores no solo hay que superarlos, sino también llegar a olvidarlos, a hacerlos parte del aprendizaje y a permitirles abrir el espacio de un mejor escenario, en donde los buenos vientos traigan la condición favorable para el bienestar esperado.