Un querido amigo me envió una interesante información sobre el origen de algunas palabras de uso frecuente en inglés. Me llamó poderosamente la atención el relato sobre ‘Fuck’, anglicismo chabacano que, según el país hispanoparlante que escojamos, traduce follar, coger o entre nosotros, tirar. No uso “hacer el amor”, porque es una bella expresión que no va en la línea de “fuck”.
La historia narraba que en la antigua Inglaterra no se podía tener sexo sin el consentimiento del rey. La excepción era para los miembros de la familia real, tradicionales tiradores sin puntería, pero de todos modos, tiradores frecuentes. Cuando el vulgo quería tener sexo, debía solicitar permiso al monarca, quien les entregaba una placa que colgaban en la puerta con la leyenda “Fornication Under Consent of the King (Fuck).” “Fornicación bajo el consentimiento del rey”. Me imaginaba que algunos dejaban en el afán la placa mal clavada, pues la clavada al interior de la vivienda, lo justificaba.
Me impactó tanto la historia que no pude dormir pensando cómo sería ese permiso hoy. Esa noche, yo me veía en el CAM averiguando dónde daban el permiso. Algunos me dijeron que en la Secretaría de Gobierno, pues allí autorizan los eventos; sin embargo, me argumentaron que como era con una persona ya conocida por mí, debía ser en la Secretaría de Convivencia. Pero tampoco.
Debí ir a Bienestar Social, pues en mi angustia por tener ese plácido momento, me confundí y me entendieron Bienestar Sexual. En la Secretaría General me sugirieron un derecho de petición. Me tocó confesarles que me demoré con ella varios meses haciéndole la petición y que no era justo que me doblaran el esfuerzo. Cuando yendo de piso en piso, fui confesando mi ilusión reprimida, cada interlocutor al interior del CAM me enviaba a un sitio distinto. Me dio rabia cuando, por tanta gana, me enviaron a ‘Desarrollo’, pero más ira cuando me dijeron que el tema era de “control interno”. Les tuve que explicar que la amaba cuando me hicieron ir a ‘Deporte y Recreación’, y me ofendí cuando al mencionar que era una relación muy sana y tranquila y me despacharon hasta ‘Movilidad’. Pasaban los días y todo era problema. Cuando les dije que si no me daba el permiso, terminaría haciendo el amor en el bosque, fueron capaces de preguntarme si tenía permiso del Dagma. “Por favor, solo quiero hacer el amor con quien he aprendido a querer, simplemente oír unos boleritos, mientras le demuestro cuánto la amo ¡y ya! ¿Muy difícil de entender?”. Entre ellos se miraron y un desgraciado, se limitó a exigir: Prepárate para cotizar la música con Sayco y Acinpro”. Se me ocurrió desahogarme confesándoles que no aguantaba el fuego interior de mi pasión y entonces me exigieron paz y salvo de los Bomberos. ¿Existiría tanta burocracia en la antigua Inglaterra?
El insomnio me agobiaba, pues cada que cerraba los ojos, pasaba la película de la incomprensión oficial frente a un deseo humano. Me sentía impotente cuando lo que yo quería era por razones totalmente opuestas. En esas, sonó el pito del chat. Era Alejandro Cano, el amigo que me envió la historia del origen de ‘Fuck’. Me estaba compartiendo unas versiones que contradicen la narración de la plaquita oficial, aquella que permitía hacer el amor. La más creíble, en este nuevo despacho de Alejo, era que ‘Fuck’ viniera del bajo alemán que significa ‘golpear’, según Kate Wiles, medievalista y jefa de redacción de History Today. ‘Golpear’ era lo que yo quería hacer a esa hora con todo el CAM y hasta con Alejandro por dañarme la noche.