Del 15 al 18 de agosto, en la ciudad de Cali, se acaba de celebrar con mucho éxito una nueva versión del festival ‘Petronio Álvarez’, uno de los hitos culturales y musicales que nos unen. Cuatro hermosos días que están abiertos a Colombia y al mundo, parte del cual se acerca al evento desde sus más alejados confines.

Conviene señalar que entre esas decenas de miles de personas están las que han venido a participar con diversas expresiones culturales como la música, el folclor o la gastronomía autóctona del Pacífico afrocolombiano que abarca desde la frontera de Colombia con Panamá, hasta los límites con Ecuador y cuyo acento y significación nos confirma que la música, en medio de las diferencias, es un estímulo hacia la unidad en la diferencia, un antídoto contra la absurda violencia y tiene la capacidad de hermanar personas y regiones, hasta el punto de que quienes participan en el Petronio son capaces de desplazarse a través de los ríos y de los territorios, en canoas u otros medios, incluso a pie y a lo largo de 2 y 3 jornadas, para unirse en el disfrute y compartir su acervo cultural. ¿Puede haber un mejor ejemplo de pacífica unidad en la diferencia?

Es de destacar el hecho de que en el Petronio se comercializan exclusivamente alimentos autóctonos como la piangua, el atollado de cangrejo y bebidas como el viche entre otros, en una muestra más de la importancia de la producción más auténtica del Pacífico colombiano y su aporte al universo gastronómico y, por tanto, cultural, tanto dentro de Colombia como hacia el mundo. Sobre todo, podría decirse que el ‘Petronio Álvarez’ es una verdadera expresión de participación diversa de la población que al son de la música de tambores, de marimbas, de currulao y demás ritmos musicales de la región del Pacífico, miles de personas han disfrutado, un año más, de esos 4 días en paz y armonía.

La importancia de la música y de festivales como el Petronio Álvarez y de muchos otros que se vienen celebrando en las diversas regiones colombianas es tal, que la gente se expresa en medio de las diferencias políticas y sociales, de manera pacífica, con alegría y optimismo. Este hecho, que es una expresión clara del carácter colombiano, debería ser un norte a tener en cuenta por cada uno de nosotros.

Para extraer lo mejor de nosotros bastaría, en la mayor parte de los casos, con reflexionar cómo realmente somos y el ejemplo lo tenemos en nosotros mismos y en la manera de disfrutar abierta, generosa y pacíficamente de nuestra música y de nuestra riqueza cultural que, aun siendo diversa, la respetamos admiramos y nos completa.

En ese orden de ideas sugiero que el Ministerio de Cultura, en coordinación con las secretarías de cultura departamentales y municipales, fomenten la creación y funcionamiento de casas de cultura que contribuyan a la formación musical desde temprana edad en cada municipio y para crear los primeros viernes de cada mes el día de la música a fin de que el sonido de los tambores, de las marimbas, requintos, acordeones, arpas, trompetas, guitarras, violines y demás instrumentos musicales, opaquen y neutralicen los ruidos de los tiros de los grupos armados ilegales y para que en un camino de paz y reconciliación podamos decir: ¡Qué viva la música!