Si tomamos la temperatura al planeta nos dirá que la Tierra tiene fiebre. Y se encuentra mal, como cualquier enfermo. Pero nosotros, ¿escuchamos ese dolor? Estamos sumergidos en una cultura marcada por la renuncia a la búsqueda de la verdad, para refugiarnos en la comodidad, en la convicción de que todo es igual, de que una cosa vale lo mismo que la otra, que todo es relativo y muchas veces se cae en una actitud racionalista, según la cual sólo se puede considerar verdadero lo que podemos medir y experimentar, como si la vida se redujese únicamente a la materia y a lo visible. Cansancio del Espíritu y así caemos a un racionalismo sin alma, donde se pierde el asombro, se esfuma esa maravilla interior que nos empuja a buscar más allá. El hombre, a pesar del progreso, sigue siendo un desconocido para sí mismo, porque ha perdido la llave para comprender la esencia del hombre.

‘Dilexit Nos’, la nueva encíclica del papa Francisco, en su número dos, hablando de la capacidad de asombro que hemos perdido, y la relativización de la verdad, de nuevo trae la imagen del corazón, para expresar el amor de Jesucristo: “Algunos se preguntan si hoy tiene un significado válido. Pero cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón”.

Saint Exupery nos dice: “Lo esencial es invisible a los ojos, solo se ve bien con el corazón”; ‘Dilexit Nos’, coloca en la figura del corazón de Jesús, la esencia del encuentro con el hombre en donde se recupera el valor íntimo y la esencia de lo más personal y valioso del ser, que recuperado hoy en día, sería lo único capaz de curar esa fiebre que sufre el planeta.

Haciendo un recorrido por la historia del pensamiento humano sobre el símbolo del corazón, desde el griego más profano –'kardia’, que significa lo más interior del ser humano-, pasando por Homero en la Iliada en donde el pensar y el sentir son del corazón y están muy próximos entre sí, hasta Platón donde el corazón adquiere una función sintetizadora entre lo racional y la tendencia de cada uno, “pues tanto el mandato de las facultades superiores como las pasiones se transmiten a través de las venas que confluyen en el corazón. Así advertimos desde la antigüedad la importancia de considerar al ser humano no como una suma de distintas capacidades, sino como un mundo anímico corpóreo con un centro unificador que otorga a todo lo que vive la persona el trasfondo de un sentido y una orientación”.

El doctor Francis Collins, exdirector del Instituto Nacional de Investigaciones del Genoma Humano, cuando junto con el presidente de los Estados unidos presentaba los estudios sobre el mapa del genoma humano, decía que iban a entregar el manual por el cual podrían conocer esa maravillosa máquina que era el hombre, pero que realmente el único que nos la podía enseñar perfectamente quién era el hombre; era su Creador: Dios.

¿Qué pasaría si pudiésemos revelar el contenido completo del ADN, ese libro de instrucciones que se encuentra en cada una de nuestras células y que dirige el desarrollo y funcionamiento de nuestros cuerpos? “La declaración oficial de la Casa Blanca decía que «nos asombra cada vez más la complejidad, la belleza y la maravilla del don más divino y sagrado de Dios”. Los invito a que como Yabes en la Biblia, le pidamos a Dios que nos permita ensanchar nuestras fronteras de vida y no nos quedemos en los lamentos, el dolor y el sufrimiento, y abramos un espacio, más grande, más acogedor.