No existe elemento, fuerza, instrumento, herramienta, (como quiera nombrarlo), más poderosa y aplastante que el poder. Por encima del dinero, el sexo y casi del amor, no hay como el poder del poder. Y aquí estamos los humanos, en cualquier parte del planeta, aplastados, atropellados por ese poder. Unos cuantos individuos en el mundo, poquísimos en proporción de los habitantes de la tierra, haciendo lo que se les da la gana con todo el resto de los mortales, porque tienen poder y lo usan como se les antoja. ¡Increíble!

Tal vez esta sea la mayor desgracia actual: pocos atropellando a muchos. Pocos, poquísimos, decidiendo por todos. La inequidad en toda su desproporción. Voltear a mirar a Venezuela o Gaza, Líbano, el Cauca, Corea, Ucrania y encontrar el poder de unos decidiendo por la vida de muchos. Y luego se sorprenden porque haya tanta rabia represada, tanta inconformidad a flor de piel.

La humanidad está cargada de resentimiento: el rencor y la impotencia parecieran ser las emociones más comunes en varios lugares del planeta. ¿Cómo defenderse de ese poder aplastante? Ni siquiera la democracia libera del poder de los poderosos, puesto que el líder, cuando llega al poder, pareciera olvidar su compromiso con lo que representa y prometió. Y entonces el poder, otra vez, imponiéndose por encima de cualquier principio: lo hago a mi manera y como me dé la gana. Las reglas violentadas por el poder. ¿Qué nos espera? Al mejor estilo del Chapulín vale la pregunta y ahora ¿quién podrá defendernos?

Estamos llegando al final de los tiempos, el fin de una era de inequidad y atropello. No es el fin del mundo, pero sí el final de la forma como se ha vivido. El fin de los tiempos o el final de la cultura patriarcal. El atropello de muchísimos varones que se han creído dueños de la naturaleza, de la vida de todos, del comportamiento humano, de las leyes, de las ideologías… es demasiado poder en manos de tan pocos, decidiendo sobre toda la humanidad.

Venezuela es un claro ejemplo de cómo, hasta la democracia, puede peligrar porque ni siquiera la voluntad popular derrota al poder del poderoso. No es casualidad que todos los atropellos masculinos estén dirigidos, respaldados, alimentados por varones. ¡Todos! ¿Qué hay en el patriarcado para alimentarse de violencia y atropello? ¿Por qué la necesidad de someter y anular?

Pero aparece ahora (sí, aparece) la mujer en el escenario del poder. Hay vientos de esperanza como si una nueva humanidad estuviera gestándose. La opción de Kamala Harris frente a Donald Trump es esperanzadora porque el solo hecho de que un gobernante esté por encima de la ley ya es de por sí devastador.

¿Qué sigue? María Corina Machado buscando justicia y equidad. Mujeres haciéndolo diferente. Pero la nueva humanidad no solo es cambio de dirigentes hombres por mujeres. En cualquier espacio debe existir un cambio de actitud donde la violencia, el sometimiento, el atropello, la inequidad, no sean los principios que rigen la conducta humana. Noruega, por ejemplo, sufre de ‘Escandiculpa’, sentimiento de culpa por vivenciar que tienen una situación social superior al resto del mundo y esa diferencia les parece injusta. El despertar a una nueva era depende de la equidad, la realidad de que somos parte de un todo y todos debemos hacerlo diferente. El fin de la servidumbre voluntaria. ¿Habrá futuro?