En un vuelo internacional observaba, a dos puestos de distancia, a dos señoras que conversaban animadamente. Una de ellas tenía un bebé de unos 12 meses que lloraba desconsoladamente. De pronto, como por arte de magia, el bebé se silenció. Lo único que yo alcanzaba a ver desde mi asiento, era que tenía los ojos abiertos. Durante buena parte del resto del viaje de tres horas, el infante no volvió a llorar, ni a reclamar atención de parte de su madre que lo cargaba en su regazo, mientras seguía su conversación. Cuando me levanté, vi que la madre le había instalado un celular donde el bebé miraba “hipnotizado”, casi sin parpadear, una película de dibujos animados.
Este es el inicio de un proceso de aislamiento al que la humanidad se ha ido acostumbrando. Muchos jóvenes tienen acceso a televisión, computador personal, música digital y celulares, y les dedican más tiempo a estas pantallas que a cualquier actividad.
Los niños y adolescentes entre los 8 y los 18 años en los Estados Unidos pasan entre 6 y 8 ½ horas diarias aislados frente a una pantalla (1). No tengo datos sobre la cantidad de tiempo que la gente pasa frente a pantallas en Colombia, pero sospecho que las tendencias son parecidas: Un 25 % de la vida, enfrascados en una rutina solitaria, pasiva-facilista de la cual son incapaces de liberarse.
Los medios digitales y en especial los teléfonos celulares son una maravilla tecnológica de la vida moderna y ya es casi impensable prescindir de ellos. Pero su uso indiscriminado, especialmente para las mentes en formación, se ha ido constituyendo en un obstáculo para la interacción humana, y una fuente importante de aislamiento social.
Los niños y jóvenes, en contacto permanente con estos medios digitales, ya casi no socializan en persona, a través de la conversación, pues ello requiere mucho más esfuerzo.
Algunos padres intentan corregirlos sin éxito. Hace rato perdieron la batalla, porque ellos hacen lo mismo y porque de intentarlo les tocaría dedicarle más tiempo “de alta calidad” a la crianza de sus hijos.
Por ejemplo, no darles gusto en todo (decirle “no” a los hijos cuando toca es necesario para que sean adultos responsables y exitosos).
Igualmente motivarlos a investigar, conversar o leer sobre temas interesantes, programarles actividades que los obliguen a socializar, ejercitar sus cuerpos, pensar e interactuar.
A no ser que se use el celular para comunicarse por asuntos puntuales y necesarios, el tiempo en “modo celular” es un desperdicio lamentable, un distanciamiento del entorno y una falsa socialización. Se trata de conductas malsanas que, como en el caso del bebé del avión, son auspiciadas o permitidas por los mismos padres desde muy temprano en la vida y se van convirtiendo en una verdadera adicción que pocos están dispuestos a reconocer.
El resultado neto de la situación descrita es que además de los pobres hábitos nutricionales, deportivos y sociales se van convirtiendo en personas ansiosas, tristes, desmotivadas y aisladas emocionalmente que asisten impotentes a un deterioro cada vez mayor de sus habilidades para conectarse con los demás.
* (1) D. F. Roberts, Future child, Spring; 18(1):11-37, 2008