No se trata de juzgar a las personas mencionadas. Eso corresponde a las autoridades. Se trata de una ‘valoración empírica’ de las facultades especiales que parecen tener las prendas de dos personajes (¿siniestros?) que han llenado de sangre muchas páginas de la historia colombiana reciente. Son, nada menos que Gustavo Petro y Salvatore Mancuso, militantes -cada uno por su lado- de grupos subversivos diferentes (y peligrosamente antagónicos); y que, a pesar de todo, hoy continúan ocupando posiciones protagónicas en la sociedad colombiana.

El uno es nada menos que el Presidente de la República de Colombia. Y el otro, es ‘gestor de paz del mismo gobierno, elevado a esa categoría por el primero, e ‘importado’ directamente desde los Estados Unidos, donde estuvo durante 15 años pagando una condena por delitos que todos conocemos y que no voy a repetir, para no incomodarlo… (Es fácil presumir que dentro de las funciones a él encomendadas, también está la de incidir -obviamente en contra de este- en el injusto proceso que se le sigue al expresidente Álvaro Uribe Vélez).

Pues en un acto público celebrado en Montería, hace alrededor de una semana, el par de personajes saltaron a la tarima y en un lance ‘al alimón’ -como en una corrida de toros-, ‘armados’ de preciosos ‘sombreros vueltiaos’ protagonizaron un ‘intercambio de sombreros’, escena que tiene bastantes significados, cuya interpretación dejaron ‘ad libitum’ (es decir, a libertad).

En tal sentido he tratado de dilucidar si Petro, con su gesto teatral, está ungiendo a Mancuso como una de las fichas que pueda sucederlo en el Solio de Bolívar. O si Salvatore, como ‘gestor de paz’, está transmitiendo a la cabeza de Gustavo, vía sombrero vueltiao, sus ‘sentimientos pacificadores’, para que pueda encontrar el camino a la Paz Total, en la que está empeñado sin ningún éxito.

Lamentable la espectacularidad y el excesivo simbolismo con que adornan estos actos que deberían ser sobrios -por los daños irreparables a las víctimas- les quitan seriedad y credibilidad a los procesos, convirtiéndolos en eventos de insoportable populismo. Hay mucha sangre, mucho dolor, y muchos despojos en la antesala de estas celebraciones fuera de lugar. No en vano, el evento de Montería ha suscitado incontables pronunciamientos, columnas de opinión y manifestaciones de desagrado.

“Vivir para ver”, toma palpitante vigencia, con este acto afrentoso con las víctimas de Mancuso, quien sembró de cadáveres las tierras por las que transitó, disparando sin preguntar. Petro, en su delirio por parecer distinto, no siente vergüenza ante nada. Abrazarse (usando la investidura de presidente) con un condenado y confeso criminal de semejante laya, rebasa los límites de lo aceptable. Nombrarlo como ‘gestor de paz’ es como designar a Jack ‘el destripador’ como director de una guardería infantil. Designación afrentosa, aunque inane, para una paz que nació muerta, con tantos consejeros como miembros del gabinete. Mejor diálogo existió en la torre de Babel, a pesar de que cada una de las partes hablaba un idioma diferente. Me pregunto si en medio del cariñoso intercambio de sombreros, Petro le deslizo ‘al mono’ el nombre de quien le intervino la calva, ya que el novel gestor llegó sin una teja del merecido rigor carcelario en USA.

Lástima que esas celebraciones grotescas, sean características del impúdico estilo gubernamental de Petro. Pero, igual, concuerdan con las expresiones incendiarias y amenazantes que está lanzando desde el palacio presidencial, por una conveniente y oportuna investigación a la campaña presidencial (como ha sucedido muchas otras veces) lo cual, en vez de generarle tranquilidad, incrementa las dudas sobre la manera como fue manejada. Y exterioriza burdamente los síntomas de querer perpetuarse en el poder (al mejor estilo chavista) con sus amenazas de “tomárselo, acompañado del pueblo que lo eligió”, ilusa y torpemente convencido de que no ha sufrido el intenso desgaste de 26 meses de mal gobierno, lo cual muestran las encuestas, situando su aceptación por debajo del 27%.

Qué pesar que hayan escogido este bello símbolo patrio que es el ‘sombrero vueltiao’ -cuya fama trasciende con creces las fronteras de Colombia- para mancharlo malintencionadamente en esos escenarios de dramatismo barato y de una espectacularidad de quinta categoría.