Una vez más, esta semana ha quedado en evidencia la enorme dificultad que tiene Cali para poner bajo control el creciente parque automotor de motocicletas que circula por sus calles.

El Alcalde decidió ayer no aprobar un proyecto de decreto que planteaba restringir el uso de ese tipo de vehículos en las horas de la madrugada, durante los fines de semana, en lo que resta del presente año. El texto, que al parecer fue divulgado públicamente de forma inconsulta por funcionarios de la Secretaría de Movilidad, generó una enorme polémica en las redes sociales, lo que llevó al mandatario a anunciar que definitivamente “esa idea no va”.

Se perdió así una oportunidad valiosa para que la ciudad hiciera una reflexión seria, objetiva, reposada y consensuada sobre cómo regular la circulación caótica de las motos. Porque no hay que llamarse a engaños. Las motocicletas son una solución de movilidad y un medio de sustento económico para miles de familias caleñas, pero también se han convertido en una fuente de serios problemas para Cali, debido al mal comportamiento de muchos conductores.

La realización de maniobras imprudentes en las vías, el irrespeto a los semáforos y otras señales de tránsito, la invasión del espacio público, los piques ilegales, la invasión masiva de los carriles exclusivos del MÍO y la creciente siniestralidad producto de la imprudencia, son situaciones constantes asociadas al uso de motocicletas en Cali. De hecho, y como lo exponía el mismo proyecto de decreto que se divulgó inadecuadamente, está probado que en las madrugadas de los fines de semana las motos representan al menos el 45% de los accidentes con víctimas mortales.

Por las calles de Cali, según cifras oficiales recientes, pueden estar circulando unos 600.000 vehículos de este tipo, buena parte de ellas provenientes de municipios vecinos. Un número muy superior a los 450.000 carros particulares que, se estima, ruedan por la ciudad.

Esa sorprendente cifra se explica, en gran medida, porque Cali no cuenta con un sistema de transporte público que resuelva de forma eficiente las necesidades de movilización de los ciudadanos. Pero ello no justifica la indisciplina de muchos motociclistas.

Como ya lo ha hecho en el pasado, la autoridad debe insistir en la educación como una estrategia de largo plazo para enfrentar el problema. Pero en el corto plazo no puede renunciar a aplicar medidas coercitivas que pongan en cintura a quienes insisten en no respetar las normas de tránsito.

Lo ideal sería generar una gran conversación ciudadana en la que participen quienes lideran grandes grupos organizados de motociclistas, para que escuchen a los caleños y tomen conciencia sobre la necesidad de buscar soluciones. Deben saber, por ejemplo, que la ciudad ya no tolera el desenfreno propio de actividades como las caravanas que ellos organizan en Halloween y otras fechas comerciales. Cali necesita superar la anarquía que reina en sus vías y todos estamos llamados a aportar para lograrlo. Los motociclistas no pueden seguir sordos ante esta realidad.