En la tarde del sábado 12 de junio de 2020 despegó del Estado archipelágico de Cabo Verde, en la costa occidental de África, un avión rumbo a la Florida en Estados Unidos. En su interior iba el ciudadano barranquillero Alex Saab, solicitado en extradición por lavado de activos, concierto para delinquir, enriquecimiento ilícito, exportaciones e importaciones ficticias, estafa agravada y desde 2018, prófugo de la Justicia colombiana.
Mientras el Gobierno de Venezuela tildaba de “secuestro” la acción estadounidense, el entonces presidente de Colombia, Iván Duque, lo consideraba como “un triunfo de la lucha contra el narcotráfico, el lavado de activos y la corrupción que ha propiciado la dictadura de Nicolás Maduro”. Festejaba también la oposición al régimen chavista, que calificaba a Saab de ser “el arquitecto financiero de la red criminal que usurpa el poder”.
La expectativa era grande: no se trataba de cualquier incriminado sino del testaferro de Nicolás Maduro. Se veían venir pasos de animal grande contra el presidente del vecino país. “Tenemos que estar muy atentos pues lo que se revele del caso Saab va a ser clave”, “Saab tiene mucha información y hay mucho en juego”, “Tiembla el régimen de Maduro, su banda de criminales y socios alacranes”, decían analistas, y líderes de la oposición.
No fue así. Estados Unidos había aceptado retirar siete de los ocho cargos contra Saab, subsistiendo únicamente el de lavado de activos, con una pena privativa de la libertad de hasta 20 años, por ser la máxima autorizada en Cabo Verde. No fue así, porque nunca fue llevado a juicio ni condenado. Contrario a lo esperado, el interés de Estados Unidos no era Maduro, ni su régimen corrupto, sino utilizar a Saab como ficha de intercambio.
Fue así como el pasado miércoles 20 de diciembre, Alex Saab fue liberado, conducido y recibido como héroe en el Palacio de Miraflores. Un triunfo más del régimen de Maduro, quien pocos días antes amenazaba con invadir a Guyana, tras lograr hace dos meses que el Gobierno de Joe Biden levantara, temporalmente, las sanciones contra el petróleo y el gas de Venezuela. Un giro gradual, con tufo a derrota, respecto a la dictadura chavista.
Para Estados Unidos primero están sus ciudadanos. Respetable. Más en época electoral. Ello explica haber entregado a Saab a cambio de la liberación de diez norteamericanos presos por el régimen de Maduro. Y para que se viera como una acción magnánime, casi humanitaria, se incluyó en la lista a un grupo de venezolanos opositores al régimen. Un ejemplo más del pragmatismo exento de principios que a veces guía al país del norte.
Pragmatismo que encuentra terreno fértil. Recién se da el intercambio de prisioneros en Oriente Medio y Maduro ha prometido realizar elecciones inmaculadas en el 2024. Aunque lo que realmente interesa a Estados Unidos no es la democracia en Venezuela, sino su petróleo y gas. Mejor tener de amigo al dictador, a correr el riesgo de una crisis energética, con tantos frentes de guerra, que incluye a quienes suministran el oro negro.
Desconcertante, por decir lo menos. “Es un golpe contra la credibilidad de Estados Unidos en la lucha contra la corrupción y envía una señal desastrosa a los países socios que cooperaron con nosotros creyendo que enfrentaría la justicia”, dijo un exsecretario de Trump. Una voz aislada. Y Colombia, llamada a revirar, callada. Como lo estará ante la posibilidad de pedir a Alex Saab en extradición. Pobre Venezuela, pobre democracia. Pobre Colombia. Vaya regalo de Navidad que nos ha ofrendado el presidente Joe Biden.