Hubo un tiempo, de corta duración quizás, que ya parece lejano, en el que no eran aceptables los golpes de Estado, esos de generales o coroneles con charreteras, gafas oscuras o coloridas boinas, que aparecían en televisión anunciado que habían derrocado al ‘régimen corrupto’ y que su permanencia en el poder sería “temporal mientras restauraban la democracia”. Democracia que no fue restaurada, los señores se quedaron en el poder y la corrupción continuaba rampante.
En aquellos días ya pasados, la comunidad internacional actuaba o por lo menos hacía el intento, los organismos regionales hacían lo propio y en algunos vasos el golpe se revertía y regresaban al poder los gobernantes ‘legítimamente elegidos’.
En esta tercera década del Siglo XXI, en la que ya ni los derechos humanos ni la democracia son valores universales, los golpes militares hacen parte del juego geopolítico. El más reciente golpe de Estado en Níger, país ubicado en la región del Sahel, territorio de nadie, ilustra de manera categórica la geopolítica detrás de los golpes. El derrocado gobierno del presidente Mohamed Bazoum, el primero elegido democráticamente en ese país, rico en uranio y otros minerales, mantenía estrechos lazos con Occidente, particularmente Francia, el anterior poder colonial y Estados Unidos. Una vez consumado el golpe, estos países impulsados por su política de defensa de la democracia, congelaron al ayuda a Niamey, mientras que los nuevos gobernantes eran apoyados por manifestantes prorrusos y por el Grupo Wagner, cuyo jefe no dudó en ofrecer ayuda a los coroneles nigerinos.
La situación aún es fluida, pero los golpistas no han dado señales de ceder antes las amenazas de ECOWAS -Comunidad Económica de los Estados de África Occidental- de intervenir militarmente, ni de Francia de hacer lo propio. Si el golpe se consolida, Níger se une a sus vecinos Mali, Guinea y Burkina Faso que fueron víctimas de golpes similares y los golpistas aún en el poder establecieron estrechos lazos con Rusia y aprobaron la presencia del grupo Wagner. Otros intentos de golpe fueron neutralizados, una tendencia al alza en golpes de Estado en los países africanos, con largo historial de dictaduras, pobreza, desinstitucionalización, intervención foránea y lucha por recursos naturales.
Lejos de África, uno de los más cruentos golpes se dio en 2021 en Myanmar, anterior Birmania, poniendo fin el experimento democrático de la Nobel de Paz Aung San Suu Kyi. Los militares de larga tradición golpista gozan del apoyo de Rusia y China con cuyo armamento han matado a miles de opositores y manifestantes. La geopolítica sirve de paraguas a tiranos.
En el nuevo entorno global de competencia entre potencias y desbarajuste del orden mundial, exacerbado por la guerra en Ucrania, Occidente enfrenta un dilema: apoyar la democracia, cediéndole el terreno a Rusia y China cuando esta se pierde, o apoyar a los golpistas cuando sus más preciados intereses están en juego, vulnerando sus publicitados valores de defensa de la democracia. El general Abdel Fatah Al Sisi quien lideró el golpe militar en Egipto en 2013 que derrocó a Mohamed Morsi, el primer presidente elegido popularmente en el país árabe ya goza de certificado de buena conducta y es receptor de gran ayuda de Occidente. Abandonar a Egipto era un precio muy alto para pagar a cambio de una democracia de futuro incierto. ¿Ocurrirá lo mismo con Níger?
El dominó ha caído. Los golpes de Estado parecen haber adquirido una dinámica propia y si se cuenta con el apoyo posterior de Rusia o China, quedan retiradas las inhibiciones libertarias y fortalecidos los incentivos en esas democracias frágiles, a los militares que siempre les han respirado en la nuca.