“Le exijo que me respete”, “lo que es a mí me respeta”, son dos frases muy frecuentes en las controversias de estos trópicos. Cuando, sin haber usado insultos, se pone en evidencia la estupidez, la ignorancia o la ridiculez de un argumento, el implicado solicita indignado que lo respeten. “Al Presidente de Colombia se lo respeta”, hemos oído varias veces a raíz de la intervención en los asuntos internos de otro país con disparatados trinos.

El respeto es un don que se gana con la coherencia de las ideas y honestidad de los actos. No se pide y mucho menos se exige.

Simplemente se tiene. Porque se ha tratado al interlocutor con decencia, sin manipularlo ni engañarlo. Porque el discurso se basa en hechos y datos comprobables, porque se asume que quienes oyen y ven, tienen también memoria, conocimiento y capacidad de análisis.

O no se tiene. Porque el comportamiento no concuerda con las palabras. Por no tener integridad en principios y ser capaz de acomodarse a la tendencia que suena más popular. Por hacer acusaciones sin bases y tomar decisiones apresuradas. Por ignorar o distorsionar la historia. Por deformar los argumentos del otro, revistiéndolos con su limitado arsenal de prejuicios. El respeto no se decreta, se gana. Pero hay quienes creen que pueden atropellar, insultar, mentir, engañar y cuando son develados, todo lo van a poder ocultar con un espeso bálsamo de autobombo que los hace inmunes. Quienes son respetables y respetados, nunca lo piden, ni sostienen con vehemencia que “se lo merecen”. No tienen que esmerarse en darle brillo a su ego ni rodearse de adulones que fabriquen la apología de su historia, para lograr ese particular status.

Una vida de entereza, apego a la verdad, adherencia a la ética y respeto a los demás, es lo que los convierte en respetables.

Que Petro se haya convertido en el Rey de Burlas de la comunidad internacional nos podrá avergonzar, pero no extrañar. Pasó de ser el Mesías de la ‘Colombia ensangrentada’ a ser el salvador de ‘la humanidatt’. Los asistentes a los innumerables foros en los que derrama su poesía mística espacial -humanitaria- ancestral- apocalíptica, pudieron estar confundidos y hasta interesados en el exótico personaje.

Pero ya se ha ido entendiendo que sus retruécanos verbales ocultan una estratagema de confusión, que le funcionó de maravilla para ser elegido. Consiste en convertir a los violentos en héroes y víctimas. Son héroes porque han reaccionado ante una injusticia. Así ve a Hamás que ha sido la desgracia del pueblo Palestino, condenándolo al sufrimiento y la miseria. Las atrocidades, innegables porque ellos mismos las diseminan, son deslices ignorables. Así ve a la primera línea que empeoró con sus bloqueos y abusos, las dificultades de los pobres de Cali. Convierte a los violentos y patanes en los voceros de comunidades pacíficas. Y acto seguido los gradúa de víctimas. Cuando alguien reacciona, resulta que son unas almas de Dios, que hay que proteger.

Los abrazos que Petro se ha dado con genocidas de medio mundo, le quitan toda autoridad para referirse a la reacción de Israel que está causando indecible sufrimiento al pueblo Palestino. Y ciertamente no merece ni el más mínimo respeto.