La coronación del rey Carlos de Inglaterra, además de ser un espectáculo lleno de pompa y simbolismo, histórico, religioso y con un poco de polémica, es un evento político de algún significado. La ceremonia del sábado refleja tradiciones que no han cambiado en más de mil años, en la que 38 monarcas han sido coronados de manera similar en el Westminster Abbey. Lo curioso de este evento es que tiene un componente religioso, enmarcado en la ceremonia en la que el Arzobispo de Westminster unge al príncipe con la espada de San Eduardo como símbolo de la transformación espiritual del monarca como Rey, y también como líder de la religión Anglicana. Seguramente esta tradición ayudó a que los súbditos creyeran estar ante una encarnación de lo divino. Así era más fácil mandar, pero hoy será menos convincente.

A pesar de los escépticos que consideran anticuada y absurda la ceremonia, no deja de ser una noticia mundial y una fuente de chismes y polémicas. La coronación de la joven Isabel II en 1953 fue el primer espectáculo televisado en la historia, visto en más de 20 millones de hogares. En unas festividades llenas de tradición, las especulaciones de hoy son mundanas. Que si Camilla, esposa de Carlos, que pasó de bruja en los años de la princesa Diana a toda una reina, se merece los honores, y si el controvertido príncipe Harry se reconciliará con su padre. Su esposa, Meghan Markle, se quedó en casa y gracias a la mano dura de Palacio las cámaras no podrán pescar a los dos hermanos juntos. Se habla del desprestigio del díscolo príncipe Andrés, hoy enredado en un caso legal de acoso sexual de una menor en la mansión de Jeffrey Epstein.

Más allá de la farándula, hay mensajes políticos que no se pueden ignorar. Los medios ingleses y sus afilados columnistas se han fijado en los elementos de protocolo para entender los mensajes políticos de los invitados internacionales. El primer incidente incómodo se presentó cuando el gobierno chino anunció como delegado a la ceremonia al vicepresidente Han Zheng, hombre responsable del hostigamiento y aumento de control de China sobre Hong Kong. En los últimos años, ha sido el arquitecto de la mano dura con la antigua colonia inglesa, y de limitar las libertades y los derechos de los ciudadanos. El delegado escogido cayó como balde de agua fría.

Otros invitados han despertado curiosidad, como la esposa del Presidente de Ucrania, representando evitando que su marido enviara una señal equivocada a sus tropas al aparecer en traje de ceremonia en Londres. También ha levantado cejas la participación del vicepresidente de Irlanda del Norte, del partido Sinn Féin, el brazo político de la organización militante IRA. Lo que no ha preocupado a nadie es la participación de la Primera Dama de Estados Unidos. Los que pensaban que ha debido ir el presidente Biden, no recuerdan que ninguno de sus antecesores ha asistido a estas celebraciones. Bienvenida Jill.

Detrás de la solemnidad, la pompa y el protocolo de la Coronación existe la pregunta si la monarquía, o las monarquías, han perdido su razón de ser. Los costos de esta fiesta, en medio de las dificultades que enfrentan los ingleses, la baja popularidad del nuevo rey Carlos, la sombra de la muerte de la princesa Diana y las declaraciones de Harry y Meghan sobre el manejo de las comunicaciones de Buckingham han erosionado el cuento de hadas. La reina Isabel fue una figura política, diplomática y de cohesión durante 50 años. Sin duda fue relevante como líder global en momentos de guerra y conflicto. Su personalidad y su cargo, sus relaciones dentro y fuera de Inglaterra fueron pieza fundamental de la posguerra. Es dudoso que el insípido Rey Carlos tenga la personalidad, el poder, ni el apoyo de su gente para desarrollar una agenda relevante. El mundo ya está lleno de líderes débiles y de instituciones obsoletas. La ceremonia de coronación es objeto de fascinación global, pero está lejos de ser un evento de gran significado mundial.