El doctor Antonio Joaquín García es médico especialista en vías urinarias, egresado de la Universidad del Cauca, de donde surgió su inmenso amor por Popayán. Nacido en uno de los departamentos de la Costa Caribe, el doctor García resolvió sentar sus reales en Cali para fortuna de sus pacientes, que a él acuden con sus próstatas cansinas para que con su acertado índice explorador y su preciso bisturí solucione los problemas que con el paso del tiempo trae esa glándula, que suele pasar severas facturas que se pagan en incómodas hiperplasias, que son eliminadas por el competente urólogo.

Miembro de reputadas sociedades científicas relacionadas con su especialidad; profesor universitario de prestigiosas escuelas de medicina; conferencista internacional en importantes congresos, no hay duda de que el doctor García es uno de los más destacados urólogos colombianos.

Lo que yo ignoraba era que el doctor García es amante –como yo- del bolero, ese género musical a punto de desaparecer, pero que por décadas fue cómplice de los enamorados. Hace poco publicó este periódico un escrito suyo que demuestra el amplio conocimiento que tiene de esa melodía, que fue testigo de tantos romances por casi un siglo, hasta que fue expulsada por los terribles ruidos que ahora perturban los tímpanos.

Desde niño empecé a escuchar boleros, pues mi madre era fiel oyente de sus acordes. Por eso conservo en la memoria todos los temas de Agustín Lara, el mejor compositor del género. No se ha compuesto nada superior a Solamente una vez, o Noche de ronda, o Piensa en mí, en las que el mexicano puso el alma para legar al mundo esas notas y esas letras de tan altos valores.

Tuve la fortuna de ser amigo de Leo Marini, el intérprete afortunado del bolero, que se hizo famoso como cantante de la orquesta de Don Américo y sus Caribes, primero, y luego con La Sonora Matancera. Mantuve con el argentino copiosa correspondencia y cuando venía a Cali me convertía en su acompañante. Logré que aceptara presentarse en el Club Colonial de Tuluá, con éxito total.

En la columna a la que me refiero, el doctor García hace un recuento de los grandes boleros y registra aquellos que conserva en su recuerdo, que es muy parecido al mío.

Lara aparte, hay otros excelentes compositores de boleros: Armando Manzanero, Rafael Hernández, Consuelo Velásquez, Osvaldo Farrés, Roberto Cantoral. Todos llenaron el pentagrama con notas de amor, a veces feliz, a veces contrariado, pero siempre dirigido al corazón de los amantes.

Fueron muchas las serenatas que di a las novias de mi juventud tulueña. El Trío Rubireño cobraba dos pesos por serenata al pie de la ventana de la niña, que en prueba de haberla escuchado, encendía la luz de su alcoba. El programa era de cinco canciones y uno pedía otra de ‘ñapa’.

Ahora no hay ese tipo de escenas afectivas. No imagino a las chicas de hoy prendiendo el bombillo para decirle al tatuado tenorio que oyó las melodías escogidas. Llego a creer que ya no existen los serenateros de ‘Aquí es Miguel’, y que a los oídos de las bellas durmientes solo llegan los estridentes sonidos de los altoparlantes de las camionetas.

Como bolerólogo, le envío un estrecho abrazo al doctor García, con el ruego de que siga con esa afición suya, que nos sirve para regresar a esa etapa hermosa de la vida en la que el amor era parte fundamental de la existencia.