En la vida hay pocas cosas tan bellas como desempolvar un baúl y buscar esos álbumes fotográficos en donde están registrados algunos de los momentos más especiales de tu infancia y adolescencia: el primer viaje a la playa, la primera comunión, el grado del colegio, la foto con la primera noviecita… Recuerdos empolvados que nos ponen nostálgicos, sobre todo en estas fechas.
El proceso para tomarse una foto era maravilloso. Primero porque cada cámara tenía un respectivo rollo que te permitía tomar determinada cantidad de imágenes, y segundo porque era lindo correr hacia el Foto Japón más cercano a pedir que te revelaran las fotografías, esas que te entregaban en un sobre que tú destapabas como si fuera el regalo más preciado.
En ese entonces poco importaba si salíamos ‘lindos’ o no en las fotos. Lo importante era que ese papel laminado te transportaba a un lugar especial, a un aroma específico, a un sentimiento particular. A mí, por ejemplo, las fotos de mi primer viaje a San Andrés me siguen oliendo a mar, y mis fotos de bebé me saben todavía a compota de manzana.
Con la llegada de las grandes tecnologías, hoy todos podemos capturar cientos de imágenes con nuestros celulares, y es por eso mismo que, en algunas ocasiones, siento que las fotos se están convirtiendo en algo más importante que el momento que estamos viviendo.
Basta salir con amigos, o asistir a una reunión, para darse cuenta de la importancia que tienen hoy en día las selfies, los boomerangs o las fotos de todos haciendo diferentes muecas que se suben al instante a las redes sociales. Según estadísticas, cada día se cargan más de 95 millones de imágenes a Instagram, nada que ver con el rollo de 24 fotos de antes.
Mi objetivo, aclaro, no es criticar esta tendencia, a la cual también he pertenecido, sino reflexionar sobre cómo hemos dejado que los likes, los seguidores y los comentarios de otras personas tengan más peso que lo estamos viviendo en el aquí y ahora. A veces el ‘publico, luego existo’ nos quita ese placer de disfrutar de las cosas y conectar con nuestro ser.
Qué rico es sentarse a contemplar un atardecer, tener una buena charla y degustar una buena comida, un buen vino o una buena cerveza estando presente, sin que el celular interfiera. En ocasiones pensamos en qué filtro ponerle a una foto para vernos menos gorditos y ‘perfectos’, sin darnos cuenta de que lo único perfecto es vivir al máximo aquellas cosas que nos llenan de felicidad.
Por eso, mi deseo para Navidad es que estén presentes de mente y corazón con sus seres queridos, y que se tomen fotos bonitas, pero sin olvidar que lo más importante es ese momento único que nos da la vida de reír y abrazarnos con esas personas queridas que siempre están en el baúl de nuestra alma.
@damodu1991