Dependiendo de cada caso particular, el valor del patrimonio cultural material, como lo es el patrimonio arquitectónico, sean espacios urbanos públicos, edificaciones o monumentos, depende de diferentes aspectos o a veces de todos. Se trata entonces de establecer su valor histórico, social, ambiental, económico, político, de originalidad y simbólico, en el orden pertinente para cada ejemplo y según los que se busque destacar más, después de valorar dichos aspectos independientemente.

El valor histórico está relacionado con la memoria de la época, que representa la sociedad en su conjunto, la que se ‘apropia’ del patrimonio arquitectónico con los recuerdos que transmite de generación en generación, como a los individuos que se han relacionado con él en alguna forma, pasando las experiencias y enseñanzas que evoca a ser parte de su memoria y así reutilizables.

Su valor social radica en la unión que propicia entre las diversas condiciones económicas, sociales, étnicas, culturales y de origen, de los habitantes que lo comparten en una ciudad, en su condición de hito urbano, y referencia para todos. O como una imagen común a los habitantes de un país y sus visitantes, del paisaje urbano, agrario o natural de un territorio dado, al que identifican.

En cuanto a su valor ambiental, estriba en qué tanto afecta a su entorno en relación con la radiación solar, los vientos, las lluvias, la vegetación, la fauna y la flora; o cómo lo mejora propiciando un ambiente menos contaminado y más grato para los vecinos como para los que periódicamente lo visitan. Y por eso hay que valorar la diferencia entre un patrimonio conservado y uno abandonado.

Lo de su valor económico, que es básico pues es el que permite conservar el patrimonio arquitectónico, usualmente va por cuenta del turismo que genere, el que además se irradia a los predios vecinos al valorizarlos, al sector de la ciudad en donde se encuentre, y hasta a la ciudad misma, pues en ellas suelen estar la gran mayoría de las edificaciones y monumentos, o que a partir de estos se conforman. Pero también un exceso de turismo puede a la larga desvalorizar sus alrededores.

Su valor político obedece al poder que representa: religioso, militar, monárquico o dictatorial o, si es de origen democrático, en cómo utilizarlo a partir de los ciudadanos y no del poder, beneficiando a todos de una u otra manera y no apenas codiciosamente a sus propietarios, generando en el proceso corrupción, pues ciudad, patrimonio material y política, son siempre inseparables.

El valor de su originalidad depende en cada ejemplo de la cantidad de edificaciones o monumentos similares existentes, de su ubicación en la ciudad o en el campo, de su emplazamiento en el sitio mismo, y de la singularidad de su imagen o construcción o de las dos. Y en este caso pueden intervenir otros factores pertinentes para cada caso; o la sola mención en una placa a su recuerdo.

Finalmente, el valor simbólico de un patrimonio arquitectónico depende ante todo de en cuál de los temas anteriores sobresale más, y de la importancia que se le dé al mismo en cada lugar. De ahí que deba ser conservado sin mayores cambios, pues de lo contrario sería un ícono falso, y cuando se lo transforma mucho pasa a simbolizar otra cosa, incluso justamente la contraria; pero cuando se lo demuele desaparece físicamente pero permanece su memoria, la que se recuerda en una placa.