La democracia más antigua del continente se pronunció de forma fuerte y clara. Trump, después de una campaña política marcada por la polarización, el ataque personal y la denigración del carácter del oponente, venció a Kamala Harris. La campaña, además, reveló profundas diferencias en asuntos como el medio ambiente, la inmigración, la política exterior, la globalización, la economía, la educación, la familia y el aborto. La realidad es que el mapa de la Unión Americana se tiñó de rojo republicano, mostrando una clara tendencia conservadora, pues Trump ganó en la mayoría de los Estados y condados.

La economía fue el tema principal en el debate electoral. Trump abogaba por el control del gasto público, la reducción de impuestos, la desregulación, el proteccionismo, el control de las importaciones con aranceles, la creación de empresas y empleos locales y, en general, por unos Estados Unidos más independientes y autónomos y menos intervencionistas, tanto en lo interno como en lo externo.

Parte importante del debate electoral fue la soberanía energética, ámbito en el que Trump ha indicado su deseo de retirarse del Acuerdo de París (de limitación de emisiones de carbono) y aumentar la producción de petróleo, gas y carbón en suelo estadounidense, para lo cual se requeriría la eliminación de ciertas regulaciones ambientales.

No calaron los mensajes de Harris y los demócratas sobre agendas globales, multilaterales y ambientales, que indicaban la necesidad de aumentar el gasto y los impuestos a los más ricos y a las compañías, las cuales, según Harris, debían pagar su justa parte para avanzar en las agendas sociales y de transición energética.

Tampoco tuvo éxito el mensaje pro-aborto, ya que, en general, los estadounidenses están adoptando una visión más provida y en defensa de la familia y los valores tradicionales. Para Trump, son los padres quienes deben escoger la educación de los hijos, mediante cupones escolares en entidades privadas o religiosas, y no el Estado a través del aumento de fondos para las instituciones públicas y la estandarización académica.

Además, no cayó bien el oportunismo político y la ambivalencia de Harris en la recta final de la campaña al intentar cautivar a los jóvenes con un mensaje de mesura y diálogo por parte de Israel con los terroristas de Hamás y Hezbolá.

Trump mostró una vez más el buen manejo que da a los símbolos y a los medios tradicionales y no tradicionales, con mensajes pegajosos como “Hacer grande a América otra vez” y “América primero y para los americanos”.

Particularmente para Colombia, Trump verá la lucha contra el narcotráfico con un prisma mucho más exigente, enfocándose en la reducción de los cultivos ilícitos y la judicialización del narcoterrorismo transnacional. Incluso, ha planteado la necesidad de fortalecer las investigaciones y endurecer las penas para los narcotraficantes. Para Trump, el narcotráfico y la adicción son más un problema de seguridad y de justicia punitiva que de salud pública y prevención. Trump tampoco caerá en ingenuos e ineficaces acuerdos con las dictaduras latinoamericanas, como lo hicieron los demócratas.

Los gobiernos colombiano y venezolano finalmente tendrán su némesis: una voz conservadora que hará respetar la democracia, la institucionalidad y la lucha contra el narcotráfico.