A mi Universidad llegó un grupo de jóvenes, entre ellos Fernando Carrillo y Claudia López, buscando apoyo para lo que llamaban la séptima papeleta para una nueva constitución. La constitución había sido escrita 100 años atrás. Era una constitución para un país agrícola, ultra católico y aislado entre valles y montañas.

La papeleta no estaba autorizada por el gobierno y rezaba: “Plebiscito por Colombia, voto por una Asamblea Constituyente que reforme la Constitución y determine cambios políticos, sociales y económicos en beneficio del pueblo”, los periódicos la imprimieron y los votantes la recortaron para incluirla con las demás papeletas entre las que estaban Senado, Cámara, Asambleas y Alcaldías. Más de dos millones de personas lo hicieron obligando al gobierno por orden de la Corte Suprema a legalizar esa consulta.

Comenzó un proceso electoral con candidatos de todos los partidos y agrupaciones para integrarla, miles de debates y propuestas, el centro de convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada se transformó en un congreso alterno para los constituyentes entre ellos personajes como Lorenzo Muelas, el primer gobernador indígena del Cauca, Álvaro Gómez y exguerrilleros como Antonio Navarro Wolff que fue uno de sus presidentes.

Todo esto para recordar que dicha asamblea tuvo un proceso de un año para conformarla y luego otro año hasta la promulgación de la nueva carta magna. 2024 no es 1990, Colombia es otra con retos nuevos, con 34 años más de historia. Ya no se puede meter otro papel en los tarjetones, ni es el gobierno el que convoca, es el congreso con aprobación en las dos cámaras el que convoca a una Asamblea que reforme la constitución, luego pasa a sanción presidencial y luego a la corte constitucional que valida su constitucionalidad y luego un tercio del censo electoral debe decidir si la quiere, es decir 13 millones de colombianos y finalmente se debe llamar a elecciones para que el pueblo elija los miembros y comiencen los debates para su redacción.

El caso de Asamblea Constituyente más cercano es el de Chile, la constitución fue escrita durante la dictadura; tras 34 años de democracia, Gabriel Boric llama a reformarla, se redacta una nueva y se somete a la aprobación popular, esta es rechazada por mayoría al considerarla ‘refundacional’ y la izquierda es derrotada; a continuación se conforma una nueva Asamblea, esta vez controlada por la extrema derecha y nuevamente la propuesta es rechazada por ser más conservadora que la de Pinochet, así las cosas los chilenos están hastiados del tema.

El presidente Petro ha lanzado la propuesta desde Puerto Rellena, al calor y el color de la minga indígena, acto desesperado, pero consciente, sabe que no tiene ni el tiempo, ni el apoyo, ni los 13 millones de votos, entonces ¿qué busca? Nos deja embrutecidos con ese anuncio, ahí están todos los presupuestos sin ejecutar, las chequeras estatales llenas para comprar apoyos, en las calles y en el congreso; dos años son poco, pero no hay plata que no pueda alargar ese tiempo.