Como tantas cosas en la vida, los resultados finales de la crisis generada por el virus chino Covid-19 dependerán del equilibrio en su manejo. Equilibrio que se deberá establecer entre sus dos grandes facetas: la de la salud y la socioeconómica.
Desde el punto de vista de la salud, lo único claro es que se debe buscar perder la menor cantidad de vidas posible. De resto, la ignorancia mundial es generalizada. Son casi tantas las estrategias en curso como los países que las están implementando. Y son tan diversos los resultados como los países mismos. En Europa, nada más, mientras que la tasa de mortalidad en Italia ya excede el 7%, en Alemania apenas llega al 0,2%. Y no se sabe si estas variaciones nacen de enfoques distintos en el manejo de la crisis, de las capacidades de los países para enfrentarla, o de variables como diferencias en el manejo de las estadísticas.
Afirma John Ioannidis, profesor de medicina y codirector del Meta Research Innovation Center de la Universidad de Stanford: “En un momento en que todos necesitan una mejor información, desde los modeladores de enfermedades y los gobiernos hasta las personas en cuarentena, carecemos de evidencia confiable sobre cuántas personas han sido infectadas… o que continúan infectadas. Se necesita mejor información para guiar las decisiones y acciones de importancia monumental y para monitorear su impacto”.
Al sumar a la ausencia de información confiable el actual ambiente de pánico generalizado, que poco conduce a la racionalidad, es obvia la dificultad de llegar a decisiones acertadas. Aquí, el Gobierno ha tomado un camino que parece juicioso y es ordenado. Aunque inmensamente costosa en términos sociales, la cuarentena que ha impuesto puede ser benéfica. Aún si no cambia sustantivamente la pendiente de la curva del brote, tan mentada hoy en este país de ‘expertos’ en el tema de moda, ella le dará tiempo adicional al sistema de salud para ampliar su capacidad de atención -que es su prioridad máxima- y para aprovechar mejor los adelantos que con rapidez el mundo científico está logrando en este campo.
Y es aquí donde debe haber equilibrio. Como lo expresa el mismo Ioannidis, “Una de las líneas de fondo es que no sabemos cuánto tiempo se pueden mantener las medidas de distanciamiento social y los bloqueos sin mayores consecuencias para la economía, la sociedad y la salud mental. Pueden surgir evoluciones impredecibles, incluyendo crisis financiera, disturbios, conflictos civiles y un colapso del tejido social”.
Es claro que en Colombia esas medidas no son sostenibles por mucho tiempo. La mitad de la población vive en la informalidad y buena parte de quienes trabajan en el sector formal son pagados por día. La inmensa mayoría de esas personas no tienen ingresos si no salen a la calle, y si no tienen ingresos, no comen. ¡Vayan los teóricos de escritorio a explicarles las ventajas del teletrabajo a un vendedor callejero, a un taxista o a un obrero de construcción!
Y lo mismo sucede con las empresas. Las grandes tienen la caja y la fortaleza para aguantar el tiempo que se requiera. No así las medianas y las pequeñas, cuya vulnerabilidad a las caídas en la demanda es mucho mayor. Es esencial que el Gobierno mida bien el alcance y costo de las medidas de salud que decida tomar, y que tome las acciones necesarias para apoyar a todos. De lo contrario, la cura podría ser peor que la enfermedad.