Al circular por ciertos espacios urbanos, viviendas o edificios se produce a través de los sentidos una sutil alteración pasajera del ánimo y del cuerpo, debida a sorpresas, expectativas, recuerdos, sensaciones y sentimientos, y que cambian del día a la noche, las temporadas o las estaciones, y las actividades, el aire que pasa, la lluvia, el sol, la luna, la temperatura y la humedad, variando luces, sombras penumbras, tonos y colores, ecos y murmullos, aromas y sabores.
Expectativas como la de encontrar algo que se intuye, se desea o se busca, ya sea que efectivamente se encuentre o lo contrario. Cómo esos visitantes a una casa que viendo la fachada a la calle pensaban que se trataba de la remodelación de una casa colonial, pero una vez adentro creían que era una casa moderna, y sólo luego de recorrerla atinaron a que se trataba sí, de una remodelación, pero con arquitectura regionalista como lo era vernácula la de la casa original.
Sorpresas como al encontrarse de pronto ante volúmenes o espacios imprevistos, ya sea por su ancho, largo o altura, su emplazamiento o sus vistas al exterior, el valor de su espacialidad estética o el ambiente que transmiten debido a su uso. Al terminar los visitantes su largo recorrido, acodado varias veces y por espacios de diferentes alturas y sonoros patios abiertos al cielo, no ocultaron su sorpresa al encontrarse además con un amplio solar y que allí hubiera una piscina.
Recuerdos que son estimulados por las vivencias, visitas y viajes previos de cada cual, agregando emociones, y aún más sumándose inconscientemente a ellas y reforzando la experiencia de lo que se admira o recorre. Algunos de los visitantes recordaron las viejas casas tradicionales del barrio o las de una icónica ciudad colonial al lado del mar, mientras que otros pensaron en las mucho más recientes y cercanas casas de hacienda de la región, para ellos más entrañables.
Sensaciones que son principalmente visuales y acústicas, pero siempre acompañadas sutilmente de las táctiles, y ocasionalmente de las olfativas, o incluso las gustativas mucho más de lo que se suele creer, y son sensaciones que siempre aluden unas a las otras. Como los visitantes a la casa, que al final de la tarde pudieron ver los cambios de la luz en sus espacios y, ya al irse por la noche, ver como la iluminación artificial cambiaba todos los espacios que creían haber visto.
Sentimientos, como emoción o apatía, alegría o tristeza, temor o confianza, que afectan poco o mucho el ánimo, generados por las expectativas, sorpresas, recuerdos y sensaciones, previas, y que varían a medida que se recorre la arquitectura visitada. En la casa mencionada, ese día la alegría de los visitantes fue cada vez mayor, pero el grato silencio profundo retornó cuando finalmente se fueron, quedando solo la de sus ocupantes, quienes la ‘visitan’ todos los días.
En conclusión, la arquitectura para que sea tal debe emocionar, como insistía Rogelio Salmona, y no sólo ser segura, económica, funcional y confortable; y se debe levantar a partir de regenerar lo ya construido y no demolerlo todo para construir de nuevo todo, pues ni siquiera un lote ‘desocupado’ lo está totalmente, ya que obedece a la geografía (relieve, clima, vegetación) e historia (costumbres, tradiciones y mitos) de su entorno. ¿Lo comprenderían todos aquellos visitantes?