El resultado de las elecciones de Estados Unidos sin duda tendrá repercusiones en el mundo entero, ya que cada candidato tiene una visión totalmente diferente del país y del mundo. Pero antes de analizar los estilos de Trump y Harris, hay una preocupación más urgente: el proceso de conteo de votos en una carrera que parece empatada. La preocupación sobre la integridad del proceso electoral, las dudas sobre los resultados del voto, los tiempos del conteo, las acusaciones anticipadas de fraude por parte de los trumpistas y las preocupaciones del equipo de Harris, podrían estallar en una gigantesca crisis política.
La campaña, que se termina el próximo martes se siente larguísima, tal vez porque la carga de controversias, de odio y ataques incesantes, el retiro de Biden, el intento de asesinato a Trump, las mentiras, los insultos, ciberataques y noticias falsas. A pocos días del voto, los números aún muestran un empate perfecto entre Donald Trump y Kamala Harris. Ni la tecnología de los encuestadores ni la experiencia de los analistas más afilados pueden anticipar el resultado. Los resultados están tan peleados que los matemáticos intentan contar los votos por barrios. Si los encuestadores tienen razón, es improbable que el resultado se anuncie el mismo 5 de noviembre. Si hay demora, es más viable que estallen protestas y acusaciones de fraude de lado y lado, demoras y trampas, y brotes de violencia en las calles.
El complicado sistema indirecto de votación no ayuda. Las elecciones americana se llevan a cabo por medio del famoso Colegio Electoral, que consta de un grupo de individuos seleccionados para representar a los votantes de cada uno de los 50 estados, asignados proporcionalmente según la población y la representación de cada estado en el Congreso. Según el sistema americano, se requiere que un candidato reciba el voto de 270 de los 538 electores para ganar. Hoy cada partido está analizando la forma para llegar a este número ganador. Para Kamala, su camino a los 270 pasa por el centro de Estados Unidos, el llamado rust belt, que incluye a Pennsylvania, Michigan y Wisconsin donde ella debe ganar. Para Trump, es indispensable el voto de Arizona, Georgia y Carolina del Norte, y el más importante: Pennsylvania, donde ambas campañas han inyectado millones de dólares en publicidad. Existen varios escenarios adicionales que sólo muestran lo cerca que están ambos candidatos de la derrota.
Ante esta realidad, surge otra preocupación muy real y posible: que los candidatos no acepten el resultado. El que más amenaza con negar los resultados ha sido Donald Trump, que ha preparado a sus votantes durante meses para protestar ante un presunto fraude. Al estilo del mejor dictador, promete utilizar su base de seguidores para que lo posesionen a la fuerza. El partido demócrata, quizás con más elegancia, pero con igual desconfianza, ha preparado de antemano a sus abogados para pelear en los juzgados.
Hay por lo menos cuatro escenarios posibles en este momento: un triunfo holgado de Kamala Harris, tan claro que no exista una forma de demorar ni refutar el resultado.
Esta opción implicaría un error garrafal de las encuestas, y tal vez un milagro. Otra opción es un triunfo contundente de Trump en los Estados del sur y del centro, en él se corone sin oposición. Los números no aseguran esta opción. Si Kamala o Trump ganan por pocos votos, que es lo probable, el conteo tardará varios días o semanas, el país se mantendrá paralizado y enfrentado. Los pesimistas no descartan los intentos de tomar el poder por la fuerza. Por último, podría darse un triunfo que huela a fraude o termine en un anuncio de victoria temprana de Trump. Este último amenazaría con derribar la estructura institucional del país.
No es la primera vez que las últimas elecciones americanas están reñidas. Recordemos a Gore y Clinton, Hillary contra Trump y Trump contra Biden. La diferencia es que esta vez nadie espera una transición de poder pacífica, digna de una democracia madura como ha sido Estados Unidos. El factor Trump cambió las reglas de juego, sin duda. Los gobiernos flojos y paralizados han generado desconfianza y pesimismo. Pero lo más dañino en Estados Unidos y el resto del mundo, es la realidad de que el centro no existe, y mucho menos el consenso, y cada vez triunfa un mundo donde los extremos tienen los micrófonos, los votos, el dinero y las herramientas de destrucción de la libertad.