Los parques en todas las ciudades del mundo están dispuestos para ser espacios amables, limpios, destinados a la recreación y el esparcimiento de todos los ciudadanos, es decir, sitios públicos por excelencia, en donde sea posible colocarse en contacto con la naturaleza y también con las demás personas que asisten demandando una posibilidad de entretenimiento sano que permita renovar energías y disipar el agobio del trabajo o del encierro hogareño.

El Consejo de Estado tiene varias sentencias en donde ha hecho llamados muy concretos para que las autoridades garanticen esos derechos de los ciudadanos en los sitios que son patrimonio de la comunidad en general.

Por estas razones es que resulta indispensable luchar por su preservación y por garantizar que allí existan todas las garantías para que los fines propuestos se brinden en toda su dimensión.

Tienen razón los nuevos alcaldes en ocuparse de manera prioritaria de la recuperación de esos espacios, hoy en su mayoría dejados al garete para que lleguen inescrupulosos a convertirlos en sitios ideales para objetivos como venta de droga, comercio sexual o refugio de reponeros.

Lo mismo ocurre con los alrededores de los establecimientos de educación, pues de todos es sabido que los niños y los jóvenes son blanco de toda clase de acechos por parte de malandros y pervertidos y resulta imperativo que la autoridad intervenga.

Toda comunidad tiene sectores vulnerables: los niños, los jóvenes, los ancianos, y en ciertos casos la generalidad de la población entra en estado de desprotección, como es precisamente lo que está ocurriendo hoy. Si la autoridad no actúa con energía y determinación, los espacios públicos se convierten en zonas tenebrosas en donde cualquier cosa puede ocurrir.

Y no solo se trata de asegurar la tranquilidad y de prevenir el delito, también debe estar dispuesta la autoridad para promover campañas de educación ciudadana que permitan asimilar los conceptos básicos para el respeto a lo público, para el saber ejercer el uso adecuado de los bienes comunitarios y para fomentar el apropiado comportamiento ciudadano, que permita no solo su defensa, sino también el mejoramiento de los espacios públicos.

La cultura ciudadana se mide siempre en las calles y en los parques. Cuando la tranquilidad resulta ser un imperativo y la cara amable florece, los ciudadanos, todos, ganan calidad de vida y estarán cada vez más dispuestos a sentir orgullo de su barrio, de su comuna, de su ciudad en general.

Eso es lo que tenemos que rescatar, y los alcaldes de ahora tienen toda la razón en preocuparse y en tomar las medidas indispensables. Es además su oficio y su deber.