Resulta que ahora los gobernantes están ejerciendo sus cargos en primera persona. Es una constante en el mundo. América ha sido tal vez la más golpeada por este fenómeno. En Hispanoamérica, tres presidentes han optado por el ejercicio personal del poder. Son Javier Milei de Argentina; Andrés Manuel López Obrador de México; y Gustavo Petro de Colombia. Ninguno se caracteriza por el respeto a las normas de la democracia.
En verdad, el mundo sufre por el debilitamiento de la noción democrática y está presenciando el resquebrajamiento de las organizaciones internacionales que nacieron después de la Segunda Guerra Mundial. La cultura del respeto a los derechos humanos, que se consideró sacrosanta durante muchas décadas, parece estar llegando a su final.
Como es apenas de suponerse, este tipo de ejercicio del poder conduce a enfrentamientos personales cada día más ásperos. Vimos hace poco que Milei tildó de “ignorante” a López Obrador y de “asesino” a Gustavo Petro. En ninguno de los dos casos, el presidente argentino respetó las normas no escritas de la diplomacia.
El caso de Petro y Milei es un claro ejemplo de cómo las disputas personales pueden escalar rápidamente y convertirse en un asunto de Estado. Lo que debería ser un diálogo constructivo entre naciones se transforma en una batalla de egos, donde lo que importa es tener la última palabra y demostrar quién es más fuerte. Mientras tanto, los verdaderos problemas que aquejan a los ciudadanos quedan relegados a un segundo plano, y la cooperación internacional se vuelve cada vez más difícil.
Obviamente, de inmediato hubo retaliaciones verbales ante los insultos de Milei. La Cancillería mexicana no le dio mayor importancia al asunto, quizás por su peso específico como gran país del norte, pero Gustavo Petro sí se prendió de eso y dijo que se había ofendido la dignidad de la república al ser tratado de esa manera por Milei.
Este no es un fenómeno exclusivo de los tres países ya señalados. Donald Trump ha hecho historia como un impertinente político amigo del ejercicio unipersonal del poder. Ni qué decir de los dictadores como Vladimir Putin y Kim Jong-un. En América, están en la lista Nicolás Maduro de Venezuela; Daniel Ortega de Nicaragua; y los herederos de los Castro en Cuba.
Europa no se queda atrás en estas materias. Hungría viene desde hace años ejercitando el poder en cabeza de Viktor Orbán, bastante contestatario frente a las decisiones de la Comunidad Europea. Y los dirigentes de Polonia también están en esta tónica.
La que sufre es la noción clásica de democracia. Resulta que el ejercicio del poder en primera persona lleva a situaciones como las recientes, en que se ponen en riesgo los bienes que conforman el tesoro de principios y de dogmas propios de la democracia. Lo que está en juego es el orgullo y la soberbia de los gobernantes, ciertamente a expensas de sus gobernados.
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Posdata: Los amigos del poder arqueológico no descansan en hurgar en las cosas que el pasado ya debería tener olvidadas. Es inconcebible que Pablo Neruda no haya encontrado la paz, pues constantemente los necrófilos desentierran sus restos para probar esta o aquella conspiración. Y estos individuos pasan por alto que hace un siglo Neruda publicó esa pequeña joya de la poesía, Veinte poemas de amor y una canción desesperada.