En mi memoria tengo el recuerdo de alguna oración católica que se debía responder “en vos confío”. Algo así como una plegaria en el que el estribillo de fondo era ese “en vos confío” y había que repetirlo una y otra vez. Traigo a colación ese recuerdo porque considero que la crisis mayor que estamos viviendo está representada en la imposibilidad de poder manifestar “en vos confío”. ¿A quién se lo digo? ¿En quién puedo confiar? No solo en el terreno político, sino también en lo personal, lo laboral, lo jurídico. ¿Qué le paso a la confianza? ¿Necesitará también una reingeniería?
Lo primero, elemental pero válido, la incondicionalidad en la confianza no puede darse, produce abuso. No existe perfección en ningún escenario humano. Todo falla, todo es imperfecto, por lo tanto, la ‘confianza total’ no existe. Siempre nos fallarán y siempre fallaremos, por lo que esperar perfección es una utopía.
Tendremos que evaluar qué cantidad y qué clase de imperfección esperamos en quienes confiamos, porque la confianza y su contraria, la desconfianza, van unidas y no podemos creer que llegará la una sin la otra. Además, la confianza se construye sobre la igualdad y por ello hoy en día es tan difícil creer (y confiar) en quién es diferente en ideas, formas de vida, nacionalidades.
Vivimos en épocas en que es vital aceptar la diferencia, por lo tanto, confiar significa aceptar que el otro, distinto, merece mi confianza. ¿Cómo? Alguien diferente, ¿cómo me va a generar confianza si sus ideas son distintas a las mías, si su manera de concebir el mundo, el amor, la justicia, la fidelidad, la paz, son tan contrarias a lo que yo considero ‘lo correcto’?
“Me fallaste”, “nunca pensé que me hicieras esto”, “me has desilusionado”, “me traicionaste”, expresiones propias de quien esperaba demasiado, de quien soñaba igualdad de comportamiento, de quien creía en la perfección de la conducta humana, de quien mágica, infantilmente, esperaba que el otro u otros le solucionaran sus necesidades o carencias. A veces decir “confío en ti” es una forma solapada de control, una manera de comprometer al otro a que cumpla mis expectativas.
Entonces la confianza empieza por aceptar la diferencia. ¡Tenaz! Porque lo que muchos consideran ideal para convivir es la igualdad en una época en que la multiplicidad se impone. Lo diferente es aterrador porque saca de la zona de confort, de un automático inconsciente y nos ubica en una realidad compleja y variada. Sí, la confianza requiere reingeniería y debe construirse sobre acuerdos, no sobre semejanzas. Debe cimentarse sobre esa filosofía básica de todas las épocas “no le hagas al otro lo que no desearías que te hicieran a ti”, para lograr conexión con la empatía, con la solidaridad humana.
La confianza es poder expresar “sé que tu intención es no hacerme daño, pero acepto que no lo hagas como yo esperaba”. Claro, no significa evadir el sufrimiento, pero la diversidad, qué paradoja, es la premisa que se impone en la confianza.
En definitiva, esperar tanto del afuera, confiar incondicionalmente, es una manera disimulada de depositar en los otros el manejo de la propia vida. Lo que no deja de ser una ensoñación. Única opción: acuerdo en la diversidad para caminar por un objetivo que permita una convivencia más llevadera. Entonces, confiamos...