No es normal. La crisis de la semana pasada con Estados Unidos rebosó la copa. Nunca en la historia de nuestro país un Presidente de la República había procedido de una manera tan impulsiva, estúpida e irresponsable en las relaciones internacionales lo que no deja espacio a la duda de que el Jefe del Estado estaba bajo el efecto del alcohol o la droga o es un enfermo mental en su estado natural, o la combinación nefasta de las dos.

Leo una y otra vez los trinos y no salgo del asombro: “puede con su fuerza económica y su soberbia intentar dar un golpe de Estado como hicieron con Allende, pero yo muero en mi ley, resistí la tortura y lo resisto a usted”, “me matarás, pero sobreviviré en mi pueblo que es antes del tuyo, en las Américas”, “a usted no le gusta nuestra libertad, vale, y yo no estrecho mi mano con esclavistas blancos” escribía desaforado sin parar.

“Túmbeme presidente y le responderá las Américas y la humanidad”, “no nos dominará nunca, se opone el guerrero que cabalgaba nuestras tierras gritando libertad y que se llama Bolívar”, “su bloqueo no me asusta, porque Colombia además de ser el país de la belleza es el corazón del mundo”, “me informan que usted pone a nuestro fruto del trabajo humano 50% de arancel para entrar a EE. UU.:, yo hago lo mismo”. Tan valiente.

Ese trino de las 4:15 PM del domingo 26 de enero había sido antecedido por dos a una hora muy extraña. En el primero, a las 3:07 AM, informaba que venían dos aviones con colombianos deportados desde Estados Unidos e invitó a recibirlos con “banderas y flores”. A las 3:41 AM borró ese trino y escribió: “desautorizo la entrada de aviones norteamericanos con migrantes colombianos a nuestro territorio” argumentando que eran tratados como delincuentes.

Trump no tardó en reaccionar. Ordenó el cierre de la sección de visas en Bogotá y prohibió la entrada a Estados Unidos de funcionarios del gobierno de Petro y para sus aliados revocándoles sus visas. Luego anunció un arancel del 25% a los productos de Colombia, que subiría al 50%. A lo que Petro, ‘digno’, respondió con la misma moneda, ahondando la mayor crisis diplomática, que por fortuna fue superada parcialmente.

Más allá de los hechos, que fueran cientos los vuelos con deportados anteriores por los que Petro no protestó, que se encontrara en Coveñas o en cualquier lugar y no se le ocurriera viajar a Bogotá a conjurar la crisis, y que convirtiera el tema de la ‘dignidad de los deportados’ en discurso político ofreciendo flotas de aviones para traerlos tratando de salvar cara, el problema es la salud mental del Presidente, pues el suyo es un patrón de comportamiento.

Sobre sus ausencias y delirios se ha escrito suficiente. Su patología encaja en la del narciso, el paranoide y el psicópata al que no le importa el resultado de sus actos, pues no siente empatía, o una combinación de las tres. A lo que se suma el consumo de droga o alcohol que ni él ni su círculo cercano han desvirtuado negándose a una valoración médica independiente, y que ojalá un día los testigos de esos desquicios vagabundos le cuenten al país la verdad.

Lo ocurrido es extremadamente grave y no se debe tolerar menos en un Presidente. Nos acostumbramos a que él es así y por cuenta de sus desvaríos arroje al país al precipicio sistemáticamente con implicaciones devastadoras, como estuvo a punto de ocurrir. No le importa. Le toca al Congreso actuar. Si la Ley 5ª lo faculta para declarar la incapacidad física del Presidente, lo faculta para ordenarle unos exámenes y, si se rehúsa, removerlo del cargo. Aunque se victimice, lo use políticamente o se mande a inmolar para ocultar su incompetencia ante la historia.