Es todavía muy temprano para predecir quién será elegido como Alcalde de Cali en octubre próximo. Mucho más, cuando aún faltan candidatos por entrar oficialmente a la contienda electoral. Pero sí es posible empezar a responder hoy esa pregunta, a la luz de lo que está pasando y de la energía que se percibe en las calles de la ciudad.
Estoy cada vez más convencido de que el tema determinante para el elector caleño -al menos para ese que no vende su voto ni hace parte de una estructura de maquinaria política-, será el de la seguridad.
Y me sorprende que ningún candidato serio -me refiero a los que vienen haciendo el ejercicio de construir un proyecto político responsable, no a los ‘paracaidistas’ que están cayendo a esta campaña con discursos fantasiosos- lo esté entendiendo así.
Los veo divagando en asuntos que no reflejan el momento que vivimos, ni la prioridad de las urgencias de los electores. Deberían tener claro ya que la elección de octubre no se ganará con reflexiones etéreas ni posiciones confusas, sino con mensajes concretos sobre lo que más le duele a la gente.
Y, hoy por hoy, no hay nada que le duela más a la gente en Cali que el problema de la inseguridad. La cruda realidad está ahí, muy bien documentada por los investigadores del proyecto ‘Cali cómo vamos’, quienes concluyen que hoy uno de cada dos caleños se sienten inseguros en su ciudad.
Las cifras de ese informe son aterradoras: el 18% de los caleños, es decir, más de 400.000 personas, dice haber sido víctima de un delito en el último año, la mayoría de hurto.
El grueso de esa población no denuncia porque siente (en un 53%) que eso es una pérdida de tiempo. Aún así, en el 2022 esta ciudad llegó a la cifra más alta de los últimos 18 años en denuncias por hurto: 24.403.
Y este año ese problema, en vez de disminuir, va en aumento: hasta el pasado 31 de mayo ya iban 9.606 denuncias por hurto, un 14% más que en igual periodo del año pasado.
Las autoridades dicen que los hurtos de vehículos y los robos a casas y comercios han bajado, lo cual es cierto.
Pero ese logro palidece frente al creciente imperio de los atracadores en Cali. Esta ciudad, arrinconada por el miedo, todos los días observa en redes sociales cómo los delincuentes son cada vez más salvajes en sus ataques, más confiados en sus tácticas, menos temerosos de la fuerza pública. El caso de los atracadores que atravesaron un carro en plena vía en Pance esta semana ya raya casi en lo inverosímil.
No existe una ‘receta mágica’ ni una fórmula prefabricada en otro país que se pueda importar para conjurar el problema, pues se debe trabajar estratégica y coordinadamente en muchos frentes: el policial, el de justicia, el de prevención, el de tecnología, etc. Así que aquí no debe haber cabida para propuestas absurdas.
Pero ya deberíamos estar hablando de ideas concretas sobre lo que debemos hacer con Cali después de estos tres años de improvisación de Jorge Iván Ospina en materia de seguridad.
Los candidatos y sus asesores deberían estar recordando la vieja lección del consultor James Carville, en la campaña de Bill Clinton hace 30 años, y enfocarse en aquello que más golpea a la gente. En nuestro caso, no cabe duda: “Es la seguridad, estúpido”.