Los tiempos en que el éxito de las mujeres estaba ligado a casarse y tener hijos pasaron a la historia, hace mucho ya, aunque aún cueste reconocerlo. Incluso, cada vez son menos las jóvenes a las que ser mamás les seduzca más que el ser libres de ataduras e ir livianas, por encima de todas las cosas.
De hecho, la tasa de natalidad en el mundo pasó de 36 nacimientos por cada 1000 habitantes en 1960, a 17 nacimientos en 2020, según el Banco Mundial. Y las cifras tienden a descender, salvo en países del África subsahariana, como Niger, que en 2023 tuvo la tasa de natalidad más alta del mundo, con 46,86 nacimientos por cada 1000 habitantes, seguido por Angola, Benín, Malí y Uganda. En el caso de Colombia, según el Dane, hasta el 31 de octubre de 2023, nacieron 428.355 ciudadanos, un 6,9 % menos respecto al mismo periodo del 2022, cuando se reportaron 477.111. Y el porcentaje ha venido reduciendo significativamente en la reciente década.
A raíz de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo, la reflexión vuelve a la mesa, al cruzar los datos con las brechas salariales, que entre hombres y mujeres son de un 20%, lo que significa que las mujeres trabajadoras ganan el 80% de lo que ganan los hombres, de acuerdo con ONU Mujeres. Sumémosle a ello los techos de cristal, que impiden que ellas escalen a igual proporción (los espacios de dirección están ocupados solo en un 12% por mujeres).
Para Lina Buchely, directora del Observatorio para la Equidad de las Mujeres, OEM, de la Universidad Icesi y la Fundación WWB Colombia, si bien, la brecha de la educación se ha cerrado no tiene un correlato en el bienestar de las mujeres, ya que la promesa de la educación es generar un proyecto de vida sostenido, pero cuando salen de las universidades y quieren emplearse, ese trayecto se incumple porque hay brechas de ingreso muy fuertes, así como sesgos en los ejercicios de liderazgo.
“Eso, además de que existe una penalización de la maternidad y una bonificación de la paternidad. Vos tenés un hijo y mientras a tu pareja le empiezan a pagar más, porque los hombres son vistos como proveedores, a las mujeres nos penalizan, porque en la cabeza de las personas está que tenemos menos tiempo para desplegarnos profesionalmente, lo que es un escenario tristísimo para quienes dedicamos la vida a la educación”, explica.
Algo que está relacionado con las cargas de cuidado en los hogares y las labores que las mujeres asumen cuando son mamás. Dice la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, en su manifiesto ‘Todos deberíamos ser feministas’ que lo único que no pueden hacer los hombres es amamantar a los hijos, lo que históricamente no se refleja en la práctica.
Así las cosas, es fácil comprender por qué hay más mujeres que deciden no traer hijas e hijos al mundo, ya que no están dispuestas a renunciar a su desarrollo y plenitud, teniendo tanto que cargar. Porque además de que la elección de ser mamás o no es un derecho legítimo, que no debe estar relacionado con el sentirse realizadas, el mundo está lejos, se calculan 131 años, de ofrecer una igualdad, pese a los muchos avances conseguidos.
Un escenario que explica por qué para muchas no es un sueño ser mamás, y para quienes los somos, un reto que ha implicado mucho, incluso señalamientos de la sociedad, cuando se asume un proyecto profesional, con todo y el acompañamiento de muchas parejas que lo comprenden y apoyan irrestrictamente. No debería ser malo ser mamás, como tampoco una obligación. Pero la respuesta a la negativa de serlo es clara cuando la equidad está muy lejos de alcanzar.
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