En un momento en el cual la humanidad se beneficia de los grandes progresos de la ciencia médica para tratar tantas enfermedades graves, es inconcebible el escepticismo sobre la existencia y el tratamiento de la dolencia que mayor incapacidad produce a nivel planetario: la depresión.
A pesar de constituirse en un problema médico relativamente sencillo de identificar que solo requiere acceder a una ilustración sin misterios, después de lo cual se puede optar por un tratamiento muy efectivo para al menos un 80 % de los casos, la depresión en sus múltiples presentaciones sigue siendo ignorada.
Las razones son de índole diversa. Cuando el paciente empieza a sentir los primeros rigores de esta dolencia, no entiende qué le pasa, se calla y se aísla. Lo asume como algo pasajero. Al tiempo que avanza su mutismo, irrita a sus allegados quienes, desinformados, incapaces y/o insensibles frente a su falta de energía, le recuerdan que debe “ponerle voluntad al asunto, porque ya toda la familia se cansó de él”. Pero el paciente deprimido está paralizado por una fuerza tiránica invisible que lo supera ampliamente.
Los mitos creados por los enemigos de oficio de la psiquiatría y los psicofármacos, se suman a los obstáculos anteriores negando la condición de enfermedad médica real e impidiendo la culminación exitosa del tratamiento. Dos ejemplos: “La depresión no es una enfermedad sino una debilidad del carácter. Los antidepresivos son adictivos y sus efectos secundarios son peores que la enfermedad”. Combatir estos prejuicios ha sido una labor titánica a la cual los profesionales del comportamiento le hemos dedicado incontables horas. Muchas veces los prejuicios están originados no solo en el desconocimiento omnipotente del tema sino en la negación irracional e inconsciente que se origina en el temor ancestral a la “locura”.
Sin “dolor, tumor, ni sangre” se concluye que nada urgente está ocurriendo. Y como las manifestaciones emocionales se acompañan de síntomas físicos, el paciente empieza su procesión por un sistema médico sordo que ignora olímpicamente las condiciones emocionales y así, en solitario, se perpetúa el tormento que puede durar meses o años sin recibir un tratamiento.
Todo lo anterior, a pesar de que el 80 % de los pacientes que sufren de esta enfermedad se recobra satisfactoriamente en poco tiempo con la comprensión de la familia y el tratamiento adecuado. Al 20 % restante le va a tomar más tiempo recuperarse, pero la inmensa mayoría, eventualmente sale adelante. Hay que entender que cada organismo es distinto y va a requerir paciencia, persistencia, variación de estrategias y el apoyo decidido del profesional tratante.
La tiranía de la depresión se puede combatir, pero se requiere una documentación al alcance de todos los públicos para comprenderla y una sensibilidad de parte de los allegados para escuchar la voz inaudible de la víctima. En ese sentido se ha escrito para todos los públicos el libro: Depresión. La Enfermedad sin Voz.
Nota: Agradecimientos especiales para Ángel Spiwak por cedernos el magnífico espacio que acogió a una entusiasta audiencia la noche del 15 de junio de 2023 durante el lanzamiento de este libro en Cali.