Hay momentos excepcionales en la vida de las sociedades que son cruciales por la capacidad de marcar un antes y un después. Son lo que se da en llamar ‘puntos de quiebre’ o de inflexión. Se trata de circunstancias complejas que pueden derivar hacia una situación mejor (o peor), dependiendo de que ese momento sea correctamente aprovechado para dar un salto adelante, como afortunadamente casi siempre ocurre.
Soy de los que creo que lamentablemente la posibilidad de un Acuerdo Nacional ya se perdió, o para decirlo de otra manera, las mejores condiciones para haberlo concretado ya se fueron. El buen viento y la buena mar que en algún momento existieron para embarcarnos en ese gran propósito nacional ya no están: al timonel a cargo le faltó destreza y, sobre todo, decisión.
Estos momentos de cambio no están a la orden del día. Se requiere de una especie de ‘masa crítica’ de factores para que sean posibles, en las proporciones y condiciones adecuadas, lo cual incluye factores políticos, sociales, económicos, de opinión pública, entre varios otros. Pero incluso, en presencia de ellos, se requiere de habilidad para que concurran en un momento dado, que no puede ser cualquier momento.
Lo lamentable de no sacar provecho de estas llamadas ‘ventanas de oportunidad’ es que para que sea posible configurarlas de nuevo pasan muchos años, y casi siempre muchas cosas, incluyendo varias no siempre deseables. Tomemos por ejemplo la negociación de paz con las Farc en los tiempos de Andrés Pastrana a la cual se llegó después de muchos años de violencia, destrucción y muerte. Esa oportunidad que conocimos con el proceso de ‘El Caguán’ fue única y, sin embargo, terminó muy mal; como alguien dijo crudamente: “Nos vemos 10 mil muertos después”… y así ocurrió.
Luego del discurso del presidente Gustavo Petro el día de su toma de posesión, muchos nos ilusionamos con la idea del Acuerdo Nacional, algo que el propio M19, en sus tiempos del alzamiento armado, impulsó bajo la figura de un ‘Gran Diálogo Nacional’ como camino para sacar adelante, por consensos, reformas que profundizaran y ampliaran la democracia en Colombia.
No soy ingenuo asumiendo que todos los sectores entienden y aceptan la necesidad de profundas reformas que durante muchos años ha estado requiriendo el país y que, hay que decirlo claramente, existen otros sectores que creen que no se necesitan (todo está bien así) o están en franca oposición, dado que tocan, en muchos casos, con enormes privilegios.
El presidente Petro lo tuvo todo para impulsar exitosamente ese Acuerdo Nacional. No obstante, no se vio claro su entusiasmo por el mismo en la medida en que dejó ver poca disposición para concertar y se abandonó rápidamente a la confrontación y la pugnacidad. Sus invocaciones fueron más por un acuerdo de adhesión que hacia uno producto del diálogo y la concertación.
Ese momento que ya pasó fue el de la reforma tributaria, el de un gabinete plural y una opinión pública favorable a su gobierno, incluyendo, en términos generales, apoyo a una gran tarea reformista.
La llegada del nuevo MinInterior Juan Fernando Cristo y al ser retomada la idea de un Acuerdo Nacional (previo a una Asamblea Constituyente), resultan darse en un clima de tormenta, con la polarización exacerbada, temores sobre el futuro e inquietudes sobre la viabilidad y real necesidad de una Asamblea Constituyente.
Más que una Asamblea Constituyente, el país requiere es de un Acuerdo Nacional… lo que siga, ya se verá. Pero creo que no hay ni buen viento ni buena mar… Ese barco, repito, lamentablemente ya zarpó.
Sin embargo…