¿Cuándo fue que comenzamos a darle mayor valor a lo que mostramos que a lo que somos? En el mundo actual, donde las redes sociales nos seducen con supuestas vidas perfectas y la cultura del consumo nos impulsa a tener más, pareciera que lo que realmente importa es la apariencia, llevando a que muchas personas vivan bajo una fachada, escondiendo su verdadera esencia.

La esencia es aquello que nos define en lo más profundo, son nuestros valores, creencias, deseos y sueños auténticos. Es lo que somos cuando estamos a solas, sin la presión de ser algo para otros, es nuestro verdadero yo, nuestro niño interior. Por otro lado, la apariencia es la máscara que usamos para mostrarnos al mundo. Es la versión que diseñamos, algunas veces inconscientemente, para encajar en una sociedad que ha priorizado la imagen sobre el ser.

Sobrevivimos en una sociedad cada vez más consumista y competitiva. Desde niños, nuestros obsoletos modelos educativos nos enseñan a competir por calificaciones y resultados medibles solo cuantitativamente, que no valoran ni fomentan aspectos fundamentales ligados a la felicidad humana, tales como la inteligencia emocional, los talentos y los valores. La educación tradicional se ha centrado más en “producir resultados” que en ‘formar personas’, generando un sistema que nos impulsa más a “parecer” en lugar de ‘ser’.

Vivimos en función de los estándares y estereotipos que nos impone la sociedad actual, tales como tener el trabajo ideal, el cuerpo perfecto y toda una serie de posesiones materiales que simbolizan éxito. Sin embargo, este esfuerzo por mantener solo una imagen, nos conduce a una vida vacía de satisfacción real.

Nos encontramos atrapados en un ciclo interminable de expectativas que no nos permiten ser auténticos, generándonos frustración, altos niveles de estrés e infelicidad. Intentamos cumplir con lo que los demás esperan, pero en el proceso, sacrificamos nuestros verdaderos deseos y aspiraciones. Vivimos la vida de otros, pero no la nuestra.

Cuando dejamos de vivir para los demás y empezamos a vivir para nosotros mismos, el cambio es profundo. Reconectar con nuestra esencia nos genera paz interior. Es en ese momento cuando comenzamos a experimentar una vida que realmente Cene sentido, porque está alineada con nuestros valores y deseos más profundos.

Al vivir desde nuestra esencia, nos liberamos de la presión de cumplir expectativas ajenas. Ya no estamos atados a estereotipos ni a la necesidad de validación externa. En lugar de eso, vivimos de acuerdo con lo que realmente somos, lo que nos lleva a una vida más plena y auténtica. El mayor beneficio de este proceso es llegar a la edad adulta sin arrepentirnos de haber vivido para agradar a los demás, mirando hacia atrás con la satisfacción de haber sido fieles a nosotros mismos.