Iniciemos con verdades de Perogrullo. Que el mundo es injusto, ya lo sabemos, y en el campo del deporte sí que es evidente: ¿Cuál es la razón para que unas pocas disciplinas deportivas se destaquen con tanta diferencia ante la mayoría? ¿Cómo alcanzar el poder de los deportes creados por la Inglaterra de los siglos 18 y 19? ¿Por cuál razón se convierten en millonarios los jugadores de fútbol y, en cambio, uno de esgrima, o de 40 o más disciplinas deportivas diferentes, difícilmente sobreviven? ¿Qué oportunidades tienen muchos deportes autóctonos o de un origen lejano a regiones poderosas?

Alguien responderá, sin faltarle la razón, “es el mercado el que hace milagros económicos como este el de la maquinaria avasalladora del fútbol profesional”; de acuerdo, y este hecho sigue siendo una injusticia, pues las habilidades físicas, que es en esencia lo que se aprecia tanto de unos deportistas como de otros, son todas destacables independientemente de las extremidades que más se muevan, la mayor o menor rapidez según el deporte, y la metodología y demanda física e intelectual de cada disciplina.

Pero hoy me mueve una injusticia mayor, aquella parecida a ese cuento tan caricaturesco, descontextualizado y deleznable del espejito de los conquistadores españoles con el que cautivaban indígenas; me refiero al del comercio de eventos deportivos competitivos, representados por mercaderes del deporte asociado, que con la ayuda de un par de periodistas, tres burócratas corruptos y la palanca internacional de la asociación deportiva X, magnifica las bondades y riquezas de algún evento menor, argumentado la supuesta importante derrama económica que de la ejecución del mismo se deriva, gracias a la cantidad de turistas que nos visitarán (representados exclusivamente en los deportistas y entrenadores que asistirán y abandonarán el país en la medida en que se vayan eliminando).

Lo simplifico de esta manera; si los visitantes gastan en alimentación y hospedaje 1 millón de dólares y el país invierte 10, ¿cuál es el beneficio neto? El espejito.

Como lo escribía hace poco mi tocayo el periodista deportivo Silvio Zamora, estos organismos cobran valores excesivos a los países, por derechos deportivos de juegos, que además deben ejecutar, pues es la razón de su existencia, toda vez que sus deportistas deben competir entre ellos para ir premiándolos y escalafonándolos, uno de los principios más importantes del deporte ‘competitivo’. Cito a mi colega “¿qué pasaría si en algún caso, ninguna ciudad, país, o región se postulara para el desarrollo de alguno de los eventos del calendario?”.

Entonces, ¿no se llevaría a cabo?, ¿o le tocaría al organismo del deporte X, darse la pela y hacerlo? ¿Dónde se desarrollaría?, ¿a quién le cobra los derechos por hacerlos? Es algo así como, “hazme el favor de ayudarme a realizar una fiesta que es de mi responsabilidad, invierte arreglando tu casa, haz la fiesta de tal manera que todos salgan contentos, pero además me pagas por el favor que me haces (derechos)”.

Cuando se evalúe la realización de un evento de cualquier tipo se debe hacer con las herramientas de evaluación de proyectos con que tanto el sector privado y el público cuentan, y dejar de lado el espejito.