Tal vez fue Stella Castellanos la que me enseñó con su ejemplo a amar al América por encima de todo lo demás. Yo ingresé a su barra, Estrella Roja, a mediados de los 90, cuando era un niño. Con ella viajé a ver al equipo a Armenia, a Manizales, a Pereira, a Tuluá y otras ciudades cercanas. No recuerdo que hayamos perdido ningún partido. Los hinchas no nos acordamos de las derrotas.

Con doña Stella adquirí el hábito de salir temprano para el estadio. Si el partido era a las 8:30 de la noche, a eso de las 5:00 ya estábamos en una casa del barrio San Fernando alistando los tambores, el papel picado, las banderas que extendíamos en el segundo piso de la tribuna oriental del Pascual Guerrero para cuidar los puestos de los otros integrantes de la barra que a esa hora seguían trabajando. A doña Stella la subíamos entre todos en su silla de ruedas hasta su lugar en el centro de la tribuna, desde donde lo dirigía todo y nos contaba historias.

Les cogió miedo a los aviones, decía, cuando una vez, yendo para Cartagena a hacerle barra a la Selección Valle, “el avión empezó a carcajear” y se declaró en emergencia. Lo desviaron a Bogotá. Desde entonces doña Stella no se monta en un avión así le paguen los tiquetes. Tampoco le gustan los ascensores. Por eso, cuando el América jugaba de visitante, nos íbamos en bus. El punto de encuentro y de llegada era La Ermita.

Estaba segura además de que no podía caminar debido a un hechizo. Alguien, narraba, le tenía envidia por ser una persona famosa en la ciudad, a la que los periodistas entrevistaban a cada rato, sobre todo cuando América llegaba a una final, entonces le hicieron el maleficio. Los médicos nunca pudieron resolver el problema. “Usted no tiene nada, Stellita”, le decían, y ella se cansó de consultarlos.

Doña Stella era y lo sigue siendo una hincha respetada. Cuando iba a rezar al Milagroso de Buga, todo el mundo se le acercaba a saludarla y a pedirle una foto. “Como si se ganaran la lotería conmigo, no sé por qué me quieren tanto”. Una vez fue tan numeroso el tumulto a su alrededor, que la tumbaron de su silla de ruedas.

Recuerdo un clásico de finales de los 90. La violencia en el fútbol apenas comenzaba y, al finalizar el partido, la barra Frente Radical del Cali, que ese domingo debió asistir a oriental, nos empezó a lanzar trozos pesados de papel mojado. Hasta que apareció doña Stella y solo le bastó extender su brazo con la mano abierta en señal de paren para que nadie más tirara nada.

En Estrella Roja jamás se hicieron canticos que agredieran al equipo o a la hinchada rival. Eran vivas creadas en la barra, no heredadas de lo que hacían en Argentina. Si por ejemplo nos pitaban un penal en contra, o un tiro libre peligroso, doña Stella cruzaba los dedos y repetía: “San Garrabas, San Garrabas, por fuera te vas… Óscar Córdoba lo taparás”.

Otras veces, en diciembre, cantaba el villancico americano: “Vamos todos al Pascual, con amor y alegría, porque juega La Mechita, el equipo que es mi vida, tutaina tuturuma…”.

Ahora que América prepara un homenaje para quien sin duda es su mejor aficionada, y después de verla en una nota de 90 Minutos, decidí buscar a doña Stella. Me dijo que la memoria a sus casi 80 años le estaba fallando, pero aún recuerda con nitidez la historia de cómo se hizo hincha del América. Todo sucedió en Tuluá, en un barrio de americanos, como su mamá, quien, mientras estaba en embarazo, ponía sus manos en su vientre y decía: “Stella, hija, tenés que nacer americana. Vas a estar siempre al lado del equipo”.

En ese punto doña Stella soltó una carcajada y mencionó a Jackeline, una de sus hijas. “Tiene mal gusto”, dijo. Hizo silencio y explicó su sentencia. “¡Es hincha del Cali!”.

La barra Estrella Roja la fundó en 1980, después de una tristeza que tampoco olvida. Sucedió en 1979, el año en que América consiguió su primer título. Doña Stella no pudo ir al estadio debido a que estaba hospitalizada. En su habitación lloraba de felicidad por el fin de la famosa maldición de Garabato que decía que América nunca iba a ser campeón, pero también por ese sinsabor de no estar en el Pascual. De las 14 estrellas rojas siguientes fue testigo directo. Incluso una vez llegó al estadio en una ambulancia desde el hospital. Fue orden del médico. “Si ella no ve al equipo hoy se nos muere rápido”, dijo.

Por estos días doña Stella pregunta con insistencia, como si hace cinco minutos no le hubieran respondido: ¿cuándo es que el América me va a hacer el homenaje?