En un año colmado de elecciones en países como India, México, Sudáfrica y por supuesto Estados Unidos, de las parlamentarias Europeas no se esperaban grandes titulares. A pesar de ser uno de los ejercicios democráticos más numerosos, con más de 350 millones de potenciales votantes, al tratarse de una institución y no un país, parecía un evento de poco impacto.

El Parlamento Europeo, con sede en Bruselas, cuenta con 720 integrantes, conformado proporcionalmente por los representantes de múltiples partidos, de extremo a extremo, de los 27 países miembros. El foro tiene la responsabilidad de guiar las políticas públicas, comerciales y administrativas, además de definir el presupuesto de la Unión Europea. Adicionalmente, son una guía en asuntos internacionales. En este caso, los temas calientes eran la inmigración, el cambio climático, la seguridad global y el apoyo a Ucrania. En papel, una elección de trámite.

Esta vez fue una excepción. Los resultados crearon sorpresa, preocupación, júbilo e incertidumbre por partes iguales. Lo más inquietante: en Francia, Alemania, Italia y Austria, países claves con liderazgo en la Unión, brillaron los partidos populistas de extrema derecha. Aunque el centro mantuvo flacas mayorías, la sensación fue de derrota, con un público cada vez más harto de los partidos tradicionales. En estos y otros países como España, los más conservadores se crecieron, con sus políticas anti inmigrantes y nacionalistas, preocupados por la inflación y por el irrestricto apoyo a Ucrania.

El descontento general de los votantes no es nuevo, pero en este caso fue evidente en la erosión de mayorías en los partidos de centro, amenazados por la izquierda con políticas climáticas y sociales, y por la derecha radical, en contra de las políticas ambientales y el apoyo a los conflictos internacionales. La coalición del centro europeo logró apenas una mayoría débil.

El más golpeado en este ciclo fue el gobierno francés, tras de la gran paliza que recibió desde la derecha el partido del presidente Emmanuel Macron. La creciente fuerza del partido nacionalista liderado por Marine le Pen terminó por arrasar en votos a la coalición de gobierno, ya debilitada desde el último voto en 2022. Los resultados llevaron a Macron, de manera sorpresiva, a disolver el Parlamento y llamar a elecciones legislativas inmediatas. El anuncio impactó en Francia y el resto del mundo, ya que la medida no era obligatoria. Según las palabras del Presidente, es indispensable una mayoría clara para seguir adelante. Así las cosas, habrá elecciones en un par de semanas.

La decisión de Macron es una apuesta arriesgada. Habría podido seguir gobernando los tres años restantes, aun sin una mayoría contundente. La jugada de paralizar al país con una elección inmediata podría evitar que la derecha se organice rápidamente en su contra. También podría motivar a los moderados a unirse contra los populistas y fortalecer su mayoría parlamentario, y por supuesto su liderazgo. Es difícil saber el resultado de las elecciones, ya que los partidos están negociando frenéticamente las alianzas y los nuevos candidatos. El futuro de Francia está en juego en un momento donde un liderazgo prudente en la Unión Europea es más importante que nunca. Sin el liderazgo histórico de Francia y Alemania, que bajo Ángela Merkel sostuvo el timón de Europa, se ha creado un espacio para líderes controvertidos y extremistas como Giorgia Meloni, que de joven militó con organizaciones neofascistas.

Preocupa el estado de Occidente, especialmente frente a los retos globales y los conflictos regionales. Entre las débiles elecciones de Estados Unidos y los revueltos resultados Europeos, no está claro quién cubrirá los vacíos de liderazgo en Occidente.