Habrá sorprendidos con la amorosa foto de Maduro, Díaz Canel y Ortega, abrazados en su objetivo de expandir el Fascismo del Siglo XXI que estimula pesadillas sobre nuestro futuro.
Los une la convicción de pertenecer a un grupo superior que ya no es la raza, sino una ‘clase’ que les da superioridad moral. Como no todos los fieles encuadran, hay que inventar símbolos que los diferencien del resto. Un gorrito rojo, y un arma les da la identidad que les permite considerar ‘escuálidos’, ‘gusanos’, ‘fachos’ a los demás.
Las milicias bolivarianas de allá o las campesinas de acá siguen el modelo de las SS Hitlerianas. “Proteger la revolución” consiste en darle garrote a quien levante cabeza.
El mundo se asombra con el simplismo intelectual de Maduro y la ignorancia que con tanto orgullo exhibe, pero es que el fascismo no requiere complejidades. Todo el pensamiento cabe en un librito rojo (léase Mao o Kim) y juzgar cualquier cosa, desde una obra de arte hasta un proyecto de ley es candorosamente sencillo: sirve si le conviene a la revolución, tal como la entiende el sabio líder. Si no, a la hoguera.
Las sofisticadas estrategias para vender la mentira oficial siguen las enseñanzas de Goebbels, padre de la tramoya propagandística. Su guion se sigue con fidelidad: si los medios no se pliegan, se cierran, hay parlamento mientras sea sumiso y sus miembros aprendan a aplaudir como es debido, la justicia y el sistema electoral son solo para dar apariencia de independencia de poderes, pero quien controvierta “se seca”, para citar a Maduro.
El militarismo es el eje central del dominio. Se les entrega el control de la economía oficial y subterránea, se los llena de privilegios y quien dude conoce el paredón.
A diferencia del nazismo, el control estatal en manos de perezosos, ignorantes y corruptos solo sirve para generar miseria.
Puestos en el oficio de analizar y comparar sistemas políticos, es difícil encontrar, en la vasta gama de variantes ideológicas, dos que se parezcan tanto como el fascismo y el socialismo del Siglo XXI.
Por eso resulta tan irónico el término ‘facho’, usado como insulto, cuando un camarada criollo quiere referirse a alguien que no comulga con su ‘progresista’ dogma.