Los humanos, igual que todos los seres vivos que existen en la Tierra, no pueden decidir nacer y a continuación tener que vivir, sólo sus madres pueden hacerlo; pero después sí pueden buscar ser felices sin impedir la felicidad de los otros, aunque no faltan los que creen encontrarla matándolos o, peor, haciéndolos morir. Y también pueden decidir morir antes de que la muerte les llegue, tarde o temprano, lo que ha llevado a la tonta broma, y por eso poco conocida, de que han existido sociedades en las que es prohibido abortar, suicidarse o buscar la eutanasia cuando ya se está muriendo, y condenan a muerte a los que lo intentan, impidiéndoles ser felices al decidirlo ellos mismos.

La felicidad, dice el DLE, es ese estado de grata satisfacción espiritual y física que constituye un principio generador de carácter íntimo y esencia o sustancia de algo, generando un vigor natural que alienta y fortifica el cuerpo para obrar al dar ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo, pues también es relativo al cuerpo. Para Aristóteles, recuerda ‘masdearte.com’ el arte contribuye a la realización del fin supremo del hombre, cual es para él la felicidad; al fin y al cabo, es una manifestación humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros; y la arquitectura se vale de todos pues aunque muchos no la oigan también habla.

Y es en las ciudades, y en estas en sus viviendas, donde se da el mayor encuentro entre el arte y la felicidad; los que moran en ellas se divierten, bailan, juegan y comparten opiniones y la casa misma, y de allí la importancia de la arquitectura en tanto el arte y la técnica (son varias) de proyectar espacios urbanos y sobre todo edificios, la mayor parte de ellos para viviendas ya sean casas o apartamentos que se aprecian y gozan con los cinco sentidos procurando muchas emociones y alegrías que ayudan a la felicidad de vivir en una buena casa, y de ahí la importancia del urbanismo, el paisajismo y la arquitectura para lograr mejores ciudades y mejor densificadas que mal extendidas.

La arquitectura colonial en Iberoamérica, una experiencia transmitida de generación en generación, proporcionaba las condiciones para encontrar la felicidad cotidiana; como en Cartagena de Indias o Mompox, o en las entrañables casas de hacienda del valle alto del río Cauca en Colombia. Pero desde mediados del Siglo XX la vulgarización de la arquitectura moderna en estos países, tan dependientes culturalmente, solo busca la moda y espectáculo ya pasados de moda, ignorando relieves, climas, vegetaciones, paisajes, tradiciones y, ya en el Siglo XXI, el cambio climático. Tampoco entienden la estrecha relación de las ciudades con la felicidad ya que ahora se tiene que buscar en ellas.

‘La arquitectura de la felicidad’, 2006, de Alain de Botton, y ‘Ciudad Igualdad Felicidad’, 2021, de Enrique Peñalosa, llevan a reflexionar sobre la importancia de las ciudades y su arquitectura en países como Colombia en donde casi las tres cuartas partes de su población vive en ellas, y que además de crecer rápidamente aumenta la demanda de viviendas para familias cada vez más pequeñas. Que una buena casa tiene que emocionar por sí misma, lo que ayuda mucho a encontrar alegría en ella, solo o en compañía, y la felicidad del hogar. Y al salir de casa y entrar en la ciudad se repite lo mismo, pero a otra escala y con mucha más gente, y de ahí la importancia del urbanismo y el paisajismo.