Ver una ópera es siempre una experiencia especial que nos desconecta por momentos y nos permite disfrutar música, canto, danza, teatro, mientras genera reflexiones sobre historias, sentimientos y caracteres humanos atemporales. Pero ver una ópera que toca temas de Colombia, e inspirada en libros de García Márquez –sobre todo en El amor en los tiempos del cólera–, resultó ser una vivencia distinta. Una vivencia que recuerda cuán rico es nuestro país. La sentí como un momento de sosiego, y no puedo dejar de pensar con esperanza que quienes lleguen a conocer esta ópera redescubran algo de las riquezas de Colombia, un país que –como indican las encuestas– pasa por una etapa de enorme pesimismo.
Nunca había visto Florencia en el Amazonas, ópera del compositor mexicano Daniel Catán, con libreto de Marcela Fuentes Berain, asistenta de Gabo y escritora y profesora mexicana, que cuenta la historia de la famosa cantante Florencia Grimaldi. Me encontraba con mi familia en Nueva York y sabía que estaban presentando, en casi un siglo, la primera ópera en español en el MET. No dudamos en ir a verla. Fuimos con la expectativa usual de toda ópera, pero sin imaginar lo que íbamos a encontrar. Una puesta en escena del estilo mágico-realista de García Márquez e impregnada de delirio poético, donde los pensamientos y las palabras se convierten en canciones, y la música transforma lo común en drama.
La trama cuenta historias de un grupo de pasajeros que navegan por el río Amazonas, desde Leticia hasta Manaos, en el barco El Dorado, pues quieren escuchar a la misteriosa diva Florencia Grimaldi en el legendario teatro de la ópera de esa ciudad. Son historias sobre el amor: cómo se descubre, cómo genera miedo al sentirlo, cómo se vive cuando se recuerda; el amor que cae en la rutina y se valora más cuando se pierde. La melancólica prima dona Grimaldi viaja de incógnito en el mismo barco, con la esperanza de encontrar a su amante perdido hace mucho tiempo, Cristóbal, el coleccionista de mariposas. Pero al final del viaje, en Manaos hay cólera, los ataúdes flotan en el río y no todos encuentran la felicidad.
La producción en Nueva York de esta ópera, estrenada en Houston en 1996, es impactante. Quienes conocemos el Amazonas o hemos visitado bosques húmedos, seguramente esperábamos un poco más en la propuesta visual. Pero incluso con elementos del teatro contemporáneo, disfrutamos de una historia matizada con delfines rosados, pirañas, aves de plumajes coloridos, mariposas con alas brillantes, un caimán gigante. A pesar de la moderna puesta en escena, la ópera nos transportó a los ríos de nuestras selvas tropicales. La variedad de frutas exóticas del mercado de Leticia, los sombreros vueltiaos tan colombianos y el bullicio, en la primera escena, ubican al espectador inmediatamente en García Márquez y en el mundo de Macondo.
Lo más impactante es la música continua y misteriosa, moderna, pero con melodías e instrumentaciones que van de momentos grandiosos a temas íntimos. Catán fue influido por Puccini; eso se percibe en la estructura de su composición con elementos románticos, sin dejar de reflejar las tendencias del Siglo XX. La música logra que sintamos el viaje por el río, los sonidos de la selva, el asedio del calor y los riesgos de las tormentas, mientras las historias avanzaban. Las coreografías inesperadas, el cromatismo, los espíritus del río y la música misma recogen el espíritu del realismo mágico que destella en las leyendas latinoamericanas.
Cuando era niña, mi abuelo Carlos ponía óperas y zarzuelas y nos enseñaba que “el arte nos ayuda tender un puente más amable con la realidad que nos circunda, que a veces es difícil”. Y nos decía “la música es fuente de felicidad, inspiración y sabiduría”. Ver Florencia en el Amazonas, justo en un momento en que Colombia y países cercanos pasan crisis que no superamos, me ratifica en ese aprendizaje.
El final de la ópera es de alguna forma feliz. Cada cual encuentra su libertad o su amor. Un final que nos recuerda la importancia de mantener la esperanza en un país cuya realidad supera muchas veces a la ficción y la fantasía; un país que merece un mejor destino.