La foto es una de esas estampas que dibujan la ciudad que emerge entre la esperanza y el estigma. El día es soleado, como tantos más que vivimos esta temporada, pero en este convergen dos mundos, el de una niña de Siloé y el de una joven de Países Bajos. Ambas aparecen en primer plano; la pequeña, de cabellos negros y lacios, enfundada en una larga camiseta naranja, y la joven, de camiseta azul y cabellos rubios, con una sonrisa bella, pintada en el rostro. Un balón se congela en el aire, mientras ambas lo aguardan con sus manos. Al fondo, la misma escena se repite con otros pares de niñas y jóvenes, en el Parque La Horqueta, de la Comuna 20 de Cali.

Hay muchas lecturas detrás de esa imagen, pero quizás la más poderosa es esa relación que por unos días se tejió entre las niñas del Programa Fútbol para la Esperanza, de la Fundación Sidoc, en Siloé, y las jugadoras del equipo Sub 20 de Países Bajos, que hicieron de la nuestra su ciudad. También hubo carnaval de diablitos, con banderas de papelillo, en la parte alta de la loma; un pequeño concierto de Tambores de Siloé, de cuyos videos que se cuelan en el universo de las redes sociales se aprecia a los niños en sus marimbas tocando “pero qué bonito lo vienen bajando, con ramos de flores lo van arrullando”, y al gran Moisés Zamora, líder de la agrupación, enseñando pases de baile a las europeas. También se aprecia al gran David Gómez, guardián infinito del pesebre caleño, entregando un sombrero de recuerdo a Reina Buijs, embajadora de Países Bajos.

Las chicas y chicos de Fútbol para la Esperanza, Visible Siloé, Somos Equidad, CreeSer, Tambores y la Orquesta Sinfónica de Siloé, acompañaron a la selección europea en sus tres partidos en el Pascual Guerrero. El pasado miércoles, cuando perdieron frente a Japón el pase a la final del Mundial Femenino Sub-20, las jovencitas que días atrás habían conocido la ladera caleña, se acercaron a las niñas que conocieron entonces, se tomaron fotos, sonrieron, las abrazaron, e incluso la arquera Femke Liefting, figura en los penales contra Colombia, le entregó sus guantes a una de las pequeñas, en un diálogo amoroso que trasciende los idiomas.

La pequeña de gorra roja dijo sentirse feliz, frente al gesto de la arquera: “estos guantes los voy a guardar, por si nos volvemos a ver. Muchas gracias, Países Bajos, las llevo en mi corazón”. Así terminaba ese encuentro aplaudido por la audiencia digital, que no pudo resistirse a criticar el no haber visto igual empatía de parte de las chicas de nuestra selección.

Somos humanos, siempre tendemos a comparar, pero más que enfrascarse en ello, lo que vale pena decantar de este pequeño suceso es la urgencia de apoyar esfuerzos similares que se cultivan en distintos rincones de Cali que están llenos de niñas y niños, en busca de un sueño; darles la mano, herramientas para la vida y todo eso que el deporte es capaz de entregar. Pensar, también, que no es solo un juego, que allí se forja el espíritu, la fuerza, la manera de enfrentar el éxito y el fracaso, eso que a veces nos confronta, al reclamar la humildad que se esfuma o la simpatía que exigimos, no solo de las nuestras, de los nuestros, sino de todos, en general.

Y fortalecer la liga femenina, los equipos, que trabajan con tan poco y, sin embargo, nuestras jóvenes, formadas aquí o en el extranjero, nos han dejado muchos triunfos, que no es hora de olvidar. Pero sin duda, el gesto de las chicas de Países Bajos y la alegría de las niñas de Siloé nos recuerda que no hay campeonatos, ni finales que valgan más en la vida, que la importancia de dejar huella y sembrar amor. @pagope