Circula una imagen en las redes sociales tomada en la cumbre del G20 en Río, de los presidentes Lula, Sheinbaum, Boric y Petro, sonrientes, hablando de la “unidad latinoamericana”, como si ellos la representaran, quizás con el mismo dejo de superioridad moral que hundió a los demócratas en Estados Unidos. De los cuatro, sólo Brasil y México son miembros del exclusivo G20, uno de ‘Gs’ más influyentes de los que pululan por ahí. Ausentes de la imagen Milei cuyo país es el tercer miembro latinoamericano y Santiago Peña de Paraguay quienes no comulgan con las posturas de sus colegas, por lo que no hacen parte de esa “unidad latinoamericana”.
Creado en 1999, el G20, compuesto por 19 países y la Unión Europea, las mayores economías del planeta, tiene el objetivo de mantener estabilidad financiera global, asegurar el comercio y buscar consensos en sostenibilidad. A su favor, adolece de una sede permanente y de un secretariado, con un rotante anfitrión para las cumbres anuales.
El G20 obtuvo su mayor relevancia tras la crisis económica del 2008, evitando que el mundo cayera en algo similar a la gran depresión. Ese año su representatividad se elevó a nivel de jefes de Estado y la primera cumbre se llevó a cabo en Washington ese mismo año. Temas técnicos acapararon la agenda entonces: regulación del sistema financiero, encajes, control a las calificadoras de riesgo, vigilancia a dudosos productos financieros como las ‘hipotecas empaquetadas’ disparadores de la crisis, etc.
Una vez las medidas del G20 lograron evitar la catástrofe, aparecieron los culpables a los que había que castigar. Tras la quiebra de Lehman Brothers, Estados Unidos salvó a sus bancos más grandes, a la vez que innumerables bancos medianos y pequeños cayeron en bancarrota. En Europa la crisis hizo metástasis en los países del ‘sur’ más dados al endeudamiento descontrolado y laxa regulación. Aparecieron los alemanes de la mano de la Merkel y el Banco Central Europeo blandiendo la cartilla dura del Fondo Monetario para evitar que estos arrastraran al continente consigo, lo que generó las recordadas protestas masivas y millones de despedidos.
El siguiente gran reto para el G20 fue durante la pandemia del Covid 19 momento en el cual se procedió a salvar a la economía global a través de políticas fiscales y monetarias expansivas que en la práctica equivalían a ‘imprimir’, razón por la cual tras el fin de la pandemia la inflación se disparó. De igual manera se comprometieron a masificar las vacunas a todos los países con resultados más bien precarios.
La cumbre de año anterior se llevó a cabo en Delhi, y significó la presentación en sociedad de India como la gran potencia emergente. En esa cumbre, el G20 se volvió G21, con la admisión de la Unión Africana. Sin embargo, salieron a la palestra las divisiones que aquejan actualmente el sistema internacional, especialmente entre las democracias liberales y los regímenes autoritarios, presentes igualmente en la actual cumbre de Rio.
La declaración final es un dechado de ambigüedades, con fuertes críticas de los líderes de Francia y Alemania, demostración de la imposibilidad de lograr consensos vinculantes y efectivos. Saludo a la bandera en el tema climático con al asecho escéptico de Trump, apoyo a “ampliar” el Consejo de Seguridad y preocupación por las guerras de Ucrania, Gaza y Líbano. Un rayo de luz aparece con el lanzamiento de la alianza mundial contra el hambre, flagelo que según cifras de la ONU sufren unas 900 millones de almas en el planeta.
La próxima cumbre será en Suráfrica, país que ostenta el récord de politizar in extremis cumbres bien intencionadas para volverlas inútiles.